LA PAGINA DE GOLONDRINA

- Tu lugar de ensueño -

 

POLDY BIRD 2
     


Bienvenidos
MIS POEMAS
DOCUMENTOS
REFLEXIONES
PENSAMIENTOS
RELATOS
A MIS HIJOS
PARA LOS ADOLESCENTES
AMIGA MIA
MAS POESIAS
NOSOTROS DOS
POLDY BIRD
POLDY BIRD 2
EL SIGNIFICADO DE LAS PIEDRAS
CERCA DE DIOS
EL RINCONCITO DE LAS HADAS
ALGO SOBRE MI
MIS PREMIOS RECIBIDOS
PAGINAS AMIGAS
REGALOS

                         
 

 En esta página podrás leer más relatos de
 esta gran escritora
 
 

País de Luz

Yo quisiera quedarme en ese mundo apretado en las paredes celestes de la infancia, arrebujada en un aire que se disuelve con el calor del verano, porque, no sé porqué, en la infancia siempre es verano, siempre hay un velerito de papel y palitos navegando en un charco de ámbar, siempre hay un bollo plateado de papel de chocolate en el fondo de un bolsillo.

Yo quisiera caminar por los senderos ciudadanos por ángeles guardianes, segura y preocupada solamente por el horario de la sopa de las muñecas, inventando nombres para llamar a las luciérnagas, buscando las pilas que encienden a los bichos de luz, durmiendo con un sueño de acompasada respiración y manos apoyadas en las sábanas sin crispación, como flores.

Allí es donde uno tiene la defensa más limpia y más cierta: la de la ingenuidad, la de la fe. Creer, creer en todo el mundo, abrir la pena como un pan caliente y mostrar su humeante interior; abrir la risa como un durazno maduro y entregar el carozo, o la pulpa o el zumo, creyendo que a los demás nuestra alegría les gusta, que los demás se ponen contentos con nuestro triunfo, con nuestra felicidad.

Querer. Y sentir que querer es una margarita a la que se le ponen los pétalos en lugar de quitárselos, y que son unos ojos empañados de llanto cuando la mano amiga se posa sobre el hombro para decir estoy aquí, con vos, porque me necesitás. Darse. Como se dan los hijos, sin especulaciones: "porque estoy de tu parte". "Porque me gusta ser tu amiga". "Porque te quiero como sos".

A mí me asusta esa ciudad que se levanta allí. Con laberintos de cemento y sonrisas de utilería que se ponen en los rostros los que piden algo.

Y hablar cuando uno quiere quedarse en silencio. Y quedarse en silencio cuando uno tiene ganas de hablar.

Y herir. Porque a veces para defenderse la gente grande tiene que herir. Y pasa como cuando vos, que sos chico, decías furioso: "ojalá que se muera mi mamá que no me quiso comprar un helado". Y resulta que después te pasas toda la noche despierto y te levantás cien veces con la excusa de ir al baño o a la cocina a tomar agua, nada mas que para ver si respira, que no se cumplió, que por suerte no se cumplió…

Yo te propongo una locura: que no crezcas como parece que es conveniente crecer en este mundo de la ciudad fantástica y totalmente aprovechable.

Que defiendas los soldaditos de plata que la lluvia hace galopar sobre el asfalto.

Que quieras porque sí y llores toda la tarde porque te peleaste con el amigo con el que te vas a reconciliar mañana lo más campante y olvidado de todo. Porque si no te ponés fuerte y defendés esas cosas a capa y espada, te van a ir arrancando de ese país de luz, y sin que te des cuenta, te van a ir metiendo las sombras que dan miedo de noche, y cuando llegues al lugar en que miro de pie a mi alrededor, vas a querer huir, irte de vos, refugiarte en cualquiera que sonría, volver a huir porque hincaron los dientes hambrientos en el pan caliente de tu pena y en la pulpa de tu alegría y se disputan los huesos de nácar de tu ingenuidad, la mano abierta, el asombro, ¡Ay el asombro!, ese milagro, que de repente nos resucita. Por ejemplo: acabo de asombrarme con un puñado de jazmines chiquitos y blancos que se han abierto en la enredadera de mi casa. Y han perfumado de tal manera el jardín que me hicieron pensar en un derroche de magia.

Así que correte un poco, dejame sentar con vos en el banquito, vamos, correte, haceme un lugarcito…, no tengas miedo, yo todavía puedo chapotear en tu río sin encrespar las aguas, y morirme de risa viendo girar tu trompo, y pasarme una tarde entera descubriendo universos en un calidoscopio.

Yo todavía puedo usar de a ratos tu país de luz.

Andá, correte un poquito y dejame sentar con vos en el banquito.

 

 

PARA QUE EL MUNDO NO SE QUEDE A OSCURAS

 

Con mis manos, que a veces tienen las uñas comidas y otras veces no, trato de tocar tu corazón,

Desde mis libros te he mostrado cosas de la vida.

Cosas cotidianas, obvias.

Las que nos identifican, nos hermanan, nos unen.

Lágrimas, sonrisas, sueños, esperanzas, abatimiento, soledad, muertes, resurrecciones, temores, osadías.

Me he quitado sin pudor los siete velos que cubren el alma, te mostré mis llagas y mis rosas, quebré la distancia que separa a los seres, me di entera en cada palabra, busqué tu protección, te di mi apoyo...

Te he hablado de aquello que se calla por temor a parecer sentimental y cursi.

¿Por qué a las personas les da vergüenza hablar de sus más bellos y profundos sentimientos? pero ni siquiera se ruborizan cuando cuentan algo terrible y violento, algún hecho aberrante de esos que gritan a los cuatro vientos las primeras planas de los diarios y los noticieros de TV?

¿Cuánto hace, amiga, amigo, que no ves en televisión a un escritor leyendo un pedacito de su obra... o dando sus opiniones sobre lo que sucede en este mundo nuestro de cada día ... ?

¿Acaso saben más del hombre los políticos, los comerciantes, los observadores económicos?

Anoche lloré oyendo a Pinti cantar su canción "Cuiden los artistas".

Justamente a la tarde había estado hablando por teléfono con una promotora de una tarjeta de crédito a quien no conozco personalmente, y quién sabe por qué rara casualidad yo le había estado comentando estas cosas: que la gente no cuida a sus artistas, que los medios se ocupan muy poco de los creadores, que nos dejan archivados en un rincón y nos sacan a relucir solamente cuando "queda bien" mostrar que a tal o cual lugar asistió "gente de todas las disciplinas de la cultura".

No, no es importante el que siembra luces... No es importante quien usa las palabras para reivindicarlas del horror y las miserias... No es importante el que detenta el poder de desentrañar los sentimientos más hermosos del ser humano... El otro poder es el que cuenta, porque hay quienes piensan que las personas son solamente un gran bolsillo o un enorme estómago.

No hay tiempo para los artistas.

No hay espacio para ellos.

Y sin embargo, cuando todo estalla, cuando todo sangra, cuando todo duele... es la voz susurrante del artista la que sirve de bálsamo de vendaje, la que te hace descubrir que las pequeñas cosas son las que verdaderamente valen, las que pueden darte esa alegría que el gran suceso ignora.

Es el artista el que mantiene encendida la llamita necesaria de la emoción. El que riega el rosal para que no se muera irremediablemente la rosa, el que señala hacia arriba para que levantes los ojos al cielo y descubras que todavía la Cruz del Sur sigue teniendo cuatro estrellas que guían a las naves extraviadas de noche en los mares...

Es el artista el que mantiene con vida a tu ángel de la guarda.

El que escribió las frases que usas como lema.

Los versos que guardas en tu cuaderno de cuando eras adolescente.

Las letras de las canciones que tarareas cuando algo triste o bello te sucede.

Es el artista el que te hace reír, el que te conmueve, el que te acepta como sos, el que abre las puertas del alma que dan a tu interior y te invita a recorrer los caminos que te llevan a lo más profundo de tu ser.

El artista es quien te convence de que la vida vale la pena ser vivida, el amor es lo más grande, lo más valioso y necesario, que vales no por lo que tenes sino por lo que das, y que siempre, en todos, hay algo que los demás necesitan, algo que puede salvarte y salvar a otros.

Sin temor a equivocarte, pensá que los artistas te pertenecen. Que trabajan para vos.

Que cada artista hace lo que hace para darte algo: está el que representa un papel para construir un sueño. El que diseña un vestido para que vayas a una fiesta aunque sea con la imaginación. El que compone una canción para que represente algún pasaje de tu existencia. El que pinta un cuadro para que puedas ver y descubrir aquello que no conocías: llámese mar, rostros ajenos que nunca son del todo ajenos, formas y colores que no tenían forma ni color en tu mente.

El que canta dándote su voz para que la sientas tu voz.

El que escribe todo aquello que tantas veces hubieras querido plasmar en palabras si hubieras sabido escribir.

El artista tiene una estrellita en la frente y leva en su mano una tea encendida para que al mundo no quede a oscuras.

¿Y sabes de qué se nutre?

¿Sabés lo que le da fuerzas para continuar?

Vos.

Tu afecto.

Tu cercanía.

Solamente eso.

No tiene otros premios, otros alicientes.

Es tu aplauso, tu mano estrechando su mano, el paso que das hacia él el que lo impulsa.

"Cuiden los artistas", cantaba Enrique Pinti anoche en una celebración. Porque todo pasa... pero quedan los artistas.

No importa que los diarios y las radios y los canales de TV se acuerden de ellos solamente cuando son piedra de escándalo... Vos, ella, él, todos ustedes son los que tienen que hacerlos sentir queridos.

Porque el artista hace lo que hace por amor. Por verdadero AMOR. Y lo hace porque te quiere... y PARA QUE LO QUIERAS.

¿Contesta tu pregunta decirte que escribo para que me quieras?

Es así.

Dios me ha premiado más que a otros artistas.

Porque estás ahí. Porque a veces me escribís. Porque me mandaste un rosario hecho con rositas de organza, un osito celeste de peluche que aprieto fuerte antes de dormirme para que me llene de "buenas ondas", tarjetas musicales, señaladores con dibujitos, huevos de Pascua..., en realidad: mimos. Cariño que me cuida cuando estoy más triste y más sola que nunca.

No te enojes si no contesto enseguida tu carta, tu envío, porque mi forma de responderte... es escribiendo las páginas de mis libros donde también estás vos, estamos vos y yo riendo y llorando juntos, como lo hacemos desde hace tantos años.

Si no fuera por vos, qué pobrecita cosa sería mi corazón.

 

1

 

Por éste hombre

Por este hombre de manos como nidos yo recorrí todos los caminos, caí en los precipicios, me zambullí en los lagos y en los mares, me volví loca de sed en los desiertos, me abrasé en el trópico, fui enceguecida por el reflejo de la luz sobre las nieves perennes.
Por este hombre de frecuente sonrisa blasfemé, grité, mordí, me diferencié bien poco de las bestias.
Por este hombre de tranquilos gestos llegué a pensar que Dios era mentira.
Por este hombre que miraba asombrado la tristeza en mi rostro.
Por este hombre que no entendía el motivo de mis llantos.
Por este hombre que huía de mis explosiones y se encerraba en un sueño que lo aislaba de mi dura realidad.
Por este hombre yo he pasado noches levantadas, maquinando venganza al mirarlo dormir como si nada de mí le interesara.
Por este hombre conocí las luciérnagas que se encienden en la sangre y producen una hoguera en el territorio del cuerpo enamorado.
Y aprendí también a castigar diciéndole que no.
Y aprendí la soledad, el empecinamiento, la rabia, la rutina, la garganta ahogada, los celos, la desconfianza, el miedo, los reproches, las espinas, la sal.
Por este hombre conocí la bruma, la oscuridad, la asfixia.
Por este hombre no me quedé quieta desde el día en que decidimos intentar todo juntos.
No tuve reposo, ni quietud.
No tuve tiempo para otra cosa que no fuera exigirle, exigirme, pedirle, darle, quitarle, obligarlo a recibir.
Por este hombre de voz pausada y ojos comprensivos ya no me queda nada por conocer.
Todas las tramas, todas las redes, todas las cadenas, todos los matices.
Y soy una mujer igual a todas.
Y él un hombre muy parecido a todos. 
Y la nuestra, una historia que se repite a diario, una historia que se escucha y se huele detrás de las puertas cerradas y las persianas bajas. la historia que comienza a entretejerse cuando los platos de la mesa quedan limpios y los niños se duermen. 
La historia con iniciales de cansancio, que a cada uno le parece única, irrepetible, diferente.
Es la historia de la falta de tiempo para estar juntos. La historia del cansancio y el sueño. La historia de ser jóvenes y tener que luchar por el futuro.
Y él no entiende por qué una es tan dramática.
Y él no entiende por qué una le da importancia a cosas pequeñitas como el olvido de una rosa.
Y una lo ve un monstruo frío, sin compasión ni sentimientos.
Y él la ve a una imposible, incapaz de aceptarlo, de conocerlo.
Y el orgullo de ambos, el empecinamiento, la fatiga, las heridas constantes van dibujando un límite que separa...; primero puntos suspensivos, como los de los mapas; después, un hilo de agua; por fin, una montaña.
¿Y dónde están los que una vez sintieron que no podían vivir separados?
¿Dónde están los que temblaban cuando sus manos se rozaban apenas?
¿Dónde están los que recibían la madrugada conversando?
Allí, a cada lado de la montaña, solos.
Cuestión de dar un paso y voltearla.
Cuestión de hacer caer la piedra con los llantos.
Cuestión de desviar el curso de los ríos para que la echen abajo.
Sólo bastó que yo le entregara mis ojos mansamente y lo dejara mirarme en ellos.
Que se ablandara mi tensión, y mi cuerpo reconociera en él al dios, al mago.
Que refloreciera mi ternura.
Que dejara fluir naturalmente mis palabras, mis pensamientos, mis ganas.
Por este hombre de manos como nidos. Por este hombre de tranquilos gestos. Por este hombre de voz pausada y ojos comprensivos, conozco la felicidad, la paz, la suerte de haber llegado a un puerto sin tormentas, a una orilla de luz, a una permanente construcción, a un encuentro en el que nos reconocemos y nos necesitamos.

 

TE CANTARE PARA QUE DUERMAS...

 

 

Te cantare para que duermas, amor, 
para que descanses en paz. 
Yo sé que escucharas mi canto, 
en voz muy baja, 
tan solo audible para vos. 
Estas tan lejos y tan cerca. 
No sé ni el nombre ni el lugar. 
Será un oasis, una selva, una ciudad? 
Por donde iras con las respuestas a las 
preguntas que no te pude preguntar? 
No sé por que cuando te pienso 
se me pone tan loca la ansiedad. 
Es como si te aguardara todavía 
y como si estuvieras por llegar.

Me parece que entras; que tus pasos cruzan el corredor, que llegan al cuarto, se detienen junto a mi lado de la cama y, mientras yo me incorporo para recibirte, tus brazos me estrechan contra tu pecho, y los latidos de tu corazón hacen un dúo de ritmo acompasado con los latidos de mi corazón. 

Pero abro los ojos y estoy sola. 

Ni tu olor ha quedado en el aire que me pesa, que yo embarullo con el perfume de una rosa que se va abriendo entre las fotos, encima de la cómoda. 

Fotos donde tu mano se posa en mi rodilla, sentados con el mar atrás y tu sonrisa avanza. 

La de tu último cumpleaños con los amigos rodeándonos. y aquella de tus tres años: un nene con el tapadito cerrado con doble hilera de botones y un conejito blanco relleno de estopa, que se te perdió en una tarde de compras con tu mama en Gath & Chaves. 

Cuando te despedimos, amor, lloramos por el hombre que se iba sin regreso. Y lloramos (algunos sin saberlo), por el nenito con el conejo blanco y la carita asombrado de nuevo explorador de vida... 

Ay! Por que, cuatro años antes de llegar al 2000? 

Vas a perderte tantas cosas: los festejos del fin del siglo, del fin del segundo milenio, la pirotecnia del recibimiento del Tercer Milenio. 

No lo viste a Alan disfrazado de pirata en su cuarto cumpleaños, ni París en septiembre ya casi totalmente programado, ni las pirámides de Egipto con sus ondas energéticas. Ni "Casablanca" por décima vez por un canal de cable. Ni a Vargas Llosa, que publicó Los cuadernos de Rigoberto y vino a la Argentina, como te habría gustado leer esta continuación de aquel impresionante Elogio de la madrastra, que te maravillo! 

Uso tus jeans azules. Mande acortar las mangas de tu saco de tweed. Y el sastre me dijo que con tres toques me va a quedar tu traje gris. 

Se secaron todas las plantas del balcón cerrado del living. Ni bien partiste. Todas, las chicas y las que estaban desde hace años. 

Alguien me dijo que las plantas extrañan. 

Te extrañaron, amor. 

Todavía no fui a comprar otras, no tuve ganas, no quiero ir sola... 

Y si a las nuevas las ahoga la tristeza que todavía flota por la casa como un fantasma transparente que da vueltas y vueltas, incansable bailarín de valsecito melancólico? 

Me puse tu pulóver de rombos para la misa del Pilar. 

Si, te llevo a misa, amor: seguimos yendo juntos, como antes. 

Y le pregunto a Dios si El no hubiera podido... 

Pero no sé si quiero escuchar su respuesta. 

Le pido, le ruego que El te cuide. 

Que no te suelta la mano. 

Que no apague la luz de la estrella secreta que mirábamos a veces, a las diez de la noche, y que ahora es nuestro punto de reunión. 

Le suplico que té de paz, que borre de mi recuerdo todas las cosas tristes y me deje intactos los flashes de ternura y de alegría, para que no me asalte la desesperación. 

Aquí estoy, amor. 

No te dejare solo. 

Nada es lo mismo ahora. 

Quiero que sepas que, pase lo que pase, andarás en los caminos de mis pensamientos. 

Y aunque mi vida cambie, aunque el rompecabezas se arme de otra manera, todas las noches te cantare para que duermas... 

Para que duermas con tu gesto entregado, con la expresión de niño abrazando el conejito blanco que el sueño te ponía en el rostro. 

Si, te cantare para que duermas, amor. 
 

EL ANGEL

 

Esta dura batalla de vivir nos embarulla. Queremos abarcarlo todo con los brazos abiertos, extendidos, y los ojos perdidos en un horizonte circular que se aleja a cada paso que damos hacia él. Estos ojos vueltos hacia afuera, siempre hacia afuera, tratando de descubrir la precisión de los contornos, la realidad de las imágenes.

Esta mente con su fichero numerado, catalogando cosas, actos pasiones, sentimientos, gentes. El trabajo es arduo, interminable. La balanza no cesa de pesar. Ayer teníamos un jardín con mariposas, con ranas, con charcos, con un ángel de conocido rostro que enlazaba la diminuta mano de la infancia y nos enseñaba canciones para entonar la música de las rondas.

Queríamos porque sí. No nos culpábamos de nada ni buscábamos culpables.

Éramos blancos, íntegros y nuestros. Nos asombrábamos de la maravilla de una flor, de los ojos fosforescentes de los gatos transitando la noche, de los bichos de luz, de la voz de la madre anunciando la sopa caliente o los buñuelos, del padre fuerte y cansado regresando a la tarde del trabajo. La vida era un abrigo tibio en el invierno y un aire azul por el que nuestro cuerpo navegaba en el verano.

Un aire azul y un ángel..., siempre el ángel.

¿Qué pasó después? Amontonamos cifras, dimos nombre a los ríos y a las ciudades, dimos nombre a esa ternura natural que surgía de nosotros como un manantial interminable.

La llamamos "amor" y escogimos cuidadosamente a quienes podían recibirlo, a quienes podíamos aceptárselo. Y aquel camino ancho, aquel camino llano, se fue estrechando hasta transformarse en una callecita angosta, en un desfiladero por donde sólo podemos pasar de uno en fondo.

De uno en fondo y cada vez con menos equipaje. Lo primero que dejamos fue el ángel.

Después los sueños. Más tarde la ilusión, la fantasía y hasta la generosidad.

Cada vez más desconfiados, empezamos a escrutar los ojos de quienes nos rodeaban, a estudiar sus movimientos: ¿iban a acariciarnos o a golpearnos?. Nuestras alforjas se llenaron de inquietudes, de miedos, de vanidades, de egoísmo. Separamos "lo nuestro" de lo de los demás, pusimos un cerco para proteger nuestro lugar, bebimos ávidamente nuestra agua, comimos hambrientamente nuestro pan, más del que nuestra hambre nos pedía, por las dudas de que alguna vez llegara a faltarnos... y empezamos a llamar "superfluas" a cosas como los barriletes, las oraciones y los milagros.

Y ya el cielo no nos pareció tan grande ni la tierra tan inmensa, ni tan valiente el hombre, ni tan tierno el pecho amigo, ni tan desinteresada la mano que se ofrecía a estrechar la nuestra. Y defendiéndonos de los otros, los marginamos.

Pero la culpa es nuestra. Porque miramos al hombre con su traje planchado y sus zapatos nuevos y su nombre completo, olvidando que adentro de cada uno hubo un chico que jugó en el mismo jardín que un día tuvimos, un chico con un ángel igual al ángel que nos llevaba de la mano... No quiero ser amarga, sólo quiero decirle que he sufrido, como usted, como todos..., sólo quiero decirle que estuve triste como usted, como todos, y de pronto me sentí encerrada, y de pronto me sentí prisionera, incapaz de dar un paso más, de reír, de ser feliz,  completamente feliz... Hasta hace un rato.

Hace un rato crucé por una plaza. No sé por qué pasé junto a las hamacas y un chiquillo me dijo: "Hamáqueme fuerte, quiero tocar el cielo con los pies". Me lo dijo sin preguntar mi nombre, sin preguntar si yo era buena, sin preguntar cuánto dinero llevaba en mi cartera.

Solamente me dijo hamáqueme hasta el cielo, y no se puso a calcular los metros que lo separaban del cielo. ¿Para qué? Estaba allá. Era azul. Era ancho. También podía ser suyo.

Tenía derecho a él.

Dejé mi cartera sobre la arena, lo hamaqué con todas mis fuerzas. -¡Lo toco!

 -Gritaba entusiasmado-. ¡Lo toco! ¿Ve? Reía. Y su risa era una cuchara de plata tintineando en el cristal del aire. Y mi risa era también una campana azul en el aire de enero.

Alguien, a mi costado, reía conmigo. Reía en esta tarde, reía porque sí. Era el ángel. El ángel antiguo y vapuleado, el ángel olvidado, el ángel de la infancia que por fin encontró un lugar libre junto a mí y, sin pedir permiso, se agarró de mi vestido, se zambulló en mi cuerpo y me ayudó a hamacarlo.

En la mitad del día, en la mitad del dolor, quebrando la seriedad de nuestro oficio de adultos austeros, reconcentrados, grises, hay siempre un chico volando en una hamaca. Un chico que somos nosotros mismos queriendo tocar el cielo como sea. Basta con detenerse a hacerlo.

Basta con agarrar su mano leve y decirle despacio las cosas más disparatadas y hermosas: que es lindo estar vivo, que el corazón no  necesita un motor a chorro para tocar las nubes, pues sube solo, como el incienso de las bendiciones, si lo dejamos escapar un instante de la rutina. La verdad es esa, simplemente, esa cosa tan simple que de tan simple tenemos olvidada.

Cuando dejé la plaza, en mi pecho reverberaba una fuente. Iba sonriendo. Algunos se detuvieron para mirarme, y sonrieron también. Creían que le sonreían a una muchacha sola y un poco loca que se reía por nada. No sabían que también le estaban sonriendo a un ángel invisible que iba colgado de mi brazo.

 

 

Avanzar por la vida, crecer, hacernos adultos, desarrollarnos en este mundo con su vertiginosa carrera hacia lo material, contamina inexorablemente la pureza que teníamos cuando éramos niños. Y en ese avance (¿avance?) vamos perdiendo cosas: Perdemos espontaneidad, perdemos frescura, perdemos sinceridad,  perdemos sonrisas, perdemos las ganas de jugar, perdemos alegrías, perdemos tiempo para gozar.

Y ganamos egoísmo, nerviosismo, estrés, tristezas, situaciones forzadas, muecas en lugar de sonrisas. Es que aparentemente crecimos... ¿crecimos? A veces veo a los niños zambullirse a plena risa en los peloteros, y rebotar divertidos en las camas de aire de las casas de juegos y gatear a través de laberintos y túneles de cuerdas sin más preocupación que la de divertirse con sus juegos. Y no me avergüenza confesar que con muchas ganas me pondría a saltar con ellos y  dejaría que mi cuerpo sienta el placer de rebotar sobre el colchón inflado.

Y daría lo inimaginable para recobrar la pureza, la inocencia, la frescura y la espontaneidad de mi niñez; descontaminarme de todo lo nocivo de este mundo que solo nos conduce a la destrucción y a la infelicidad porque nos fuerza a meternos en una maquinaria para la que no estamos preparados. Quisiera despojarme de todo eso, pero sospecho que... es demasiado tarde. Pero también creo que, si un día me libero de mis ataduras y me lanzo, sin pensar en nada, a rebotar sobre el colchón de aire, quizá... quizá no esté todo perdido.

 

 

 

EL ALMA DE LA CASA

Fue la primera noche entre sus paredes pintadas de blanco. Con el olor a nuevo de los muebles, mezclado con el olor a septiembre de las fresias amarillas y blancas en el centro de mesa, porque en la casa nueva nos prometimos que nunca van a faltar flores en el centro de mesa. Estrenar una casa es como el año nuevo: Uno se hace promesas, se impone normas, siente que la vida va a comenzar de nuevo y se puede (¡se puede!) cambiarle algunas cosas, volverla más linda. Estábamos contentos. Brindamos, riéndonos alrededor de esta mesa tan grande: "para que quepan todos los amigos". 

La nena hizo una lista de compañeritas que va a traer a jugar al jardín, "y para mi cumpleaños quiero que hagamos la fiesta afuera, con mesitas, y sillas, y una sombrilla grande con rayas y colores". Estuvimos escuchando música, "haciéndonos amigos de la casa". Ninguno de los tres, muertos de sueño, nos decidíamos a acostarnos. -Mira qué lindo se ve el jardín iluminado por el farol... -Y sin el farol, con la luna solamente... tiene color de jardín de verano. Martín y yo nos apretábamos las manos, nos parecía mentira, después de tanto pensarla, después de tanto pelearle el estilo de los muebles y el dibujo de las cortinas..., estar ya aquí, instalados, como arriba del Arca de Noé: ya no importan las tormentas, estamos los tres juntos, a salvo, en la barriga enorme de la casa. -¡Son novios, son novios!- palmotea nuestra hija. 

Y los dos nos ponemos colorados, y nos gusta sentirnos otra vez, como dos chiquilines. Y nos damos un beso en el jardín. Verónica enseguida se interpone, se mete en el medio y pide que la besemos también a ella. Cada uno le besa una mejilla. Y los tres nos reímos con la emoción ajustada en la garganta como una corbata celeste. Era pasada la medianoche cuando nos acostamos. -Vos mañana no vas a querer levantarte para ir a la escuela. -Sí, me voy a levantar de un salto, ni bien me despiertes. Llevamos a la nena a su cuarto, nos pusimos a charlar junto a la cama, sentados en el piso, y de repente nos dimos cuenta de que la gorda dormía con la boca entreabierta. 

Ahora nos tocaba a nosotros. -¿Vos, qué lado queréis? ¿El de la ventana? -Sí, el lado de siempre. Estoy acostumbrada a estirar la mano y encontrarte a mi derecha. Después de apagar la luz, insomne, inquieta, oí crujidos como de pequeñas pisadas. - ¿qué es eso?- pregunté asustada. Con la luz apagada, generalmente todo me da miedo. Cuando era chica escondía la cabeza bajo la sábana sobre la silla, como si fuera una visita fantasmal, o el diablo esperando para cobrarse mis mentiras. -Son las maderas del piso, que se dilatan... Pasa en todos los departamentos nuevos... Dormité.. No podía dormirme. Me faltaban algunos ruidos que me acunaron durante años: el silbato de los trenes, los ronquidos de los motores de los ómnibus de la parada de la esquina, los bochincheros vecinos de arriba corriendo (increíblemente) muebles a las dos de la mañana, el goteo acompasado de la canilla del baño. 

Me pregunté si siempre iba a ser tan silenciosa la casa. Y me respondió un ruidito conocido y alegre: ¿el canto de un grillo? ¿A ver si se oye otra vez? Sí, sin duda. Cada tanto, el "crííí-crííí" le fue quitando el maquillaje al silencio. Y me trepé a su sonajero de lata, y me quedé dormida. A la mañana siguiente, Martín me comentó su desvelo disimulado y la canción del grillo. -Pero si yo tampoco podía dormirme, ¿Por qué no me hablaste? -Pensé que estabas cansada..., creí que era yo solo... Nos levantamos, buscamos el grillo por todos lados. "Lo vamos a encerrar para que no se vaya..., para que sea el ángel tutelar de la casa...

Seguramente entró por el jardín". Abajo de la cómoda, abajo de la cama, abajo de la mesa, de las sillas, del escritorio... Lo buscamos por todos lados. Y por fin, lo encontramos..., muertos de risa: el grillo era la ventana del living, levemente movida por el viento. A cada empellón, un crííí que seguramente le envidiaría el Paganini de los grillos. -Nunca vamos a hacer arreglar esta ventana. -¡Nunca!. Claro que no. Ahora que ya somos amigos de la casa, que nuestros amigos le han dicho piropos y ella se ha sentido como una reina, galanteada, admirada... Ahora que ya tenemos confianza con ella y nos parece que nunca jamás vivimos en otro lugar..., sabemos que lo hizo a propósito..., que esa noche se inventó un grillo loco para darnos la bienvenida, y ahora lo ha adoptado para siempre, y ese violín de azúcar es su alma: el alma de la casa.

 

Cuando cambiamos de sitio donde vivir, al principio, todo nos parece lindo y todo nos parece raro. El nuevo lugar nos sorprende con un sinnúmero de nuevos sonidos semejando que estuviera habitado. El alma de la casa se hace presente. Y todo eso novedoso, pronto será habitual, y poco a poco, el alma de la casa será una conjunción de las almas de todos aquellos que la habitan, la vivencian y ponen sus sellos individuales al servicio de todos. Cada casa tiene mucho de nosotros; en muchos aspectos. Tiene nuestros objetos queridos, las cosas que usamos para decorarla, nuestras plantas, el color de pintura que elegimos, nuestras fragancias... Pero aparte de todo eso, tiene algo mucho más importante: Tiene nuestros recuerdos... y parte de la historia de nuestra vida. Por eso cuesta tanto mudarse. Porque uno siente que está dejando mucho de sí mismo entre esas paredes, testigos de tantas vivencias... Nueva casa, nueva vida, nuevos proyectos... Eso mitiga un poco el sufrimiento. Pero indudablemente, en cada rincón, en cada baldosa de la casa que dejamos, un pedacito de nuestro espíritu sigue viviendo en forma de recuerdo.

 

 

YA VENDIERON EL PIANO

 

Los vi desde la ventanilla del tren y saqué medio cuerpo afuera para llamarlos. Papá tomó a mamá por un brazo y prácticamente la arrastró hasta llegar frente a mí. Yo miraba, asombrado, cómo había aumentado el volumen de su vientre desde que me marchara un mes atrás y Margarita, mi prima, que se había peinado unas veinte veces durante el viaje, me tironeó de la camisa gritándome que le ayudara con el bolso. Toda la gente está bajando, ¿pensás quedarte arriba del tren? Papá me arrebató el bolso en cuanto pisé la plataforma. Mamá me estrechó, como pudo, contra su pecho y los cuatro caminamos hacia la salida de la estación.
- ¿Lo pasaste bien, Pablito? ¿Cómo se portó el nene, Margarita? ¿Hizo rezongar mucho a la tía Carmen? ¿Todavía sigue en cama tío Miguel? ¿El médico piensa que tendrá para mucho? Cuánto te agradezco, querida, las molestias que te tomaste por Pablito. Pero si supieras qué trajín con todo lo que pasó y yo no me sentía muy bien. No sabés lo que te agradezco la ayuda que nos prestaste.
Mamá dijo todo esto, casi sin respirar, y Margarita le contestó de un tirón que yo me porté como un hombrecito, la tía Carmen encantada de tenerme allá, el tío Miguel todavía en cama y tenía para rato porque el médico le había ordenado reposo absoluto durante un mes más por lo menos.
Llegamos a casa a la hora de la cena; la mesa estaba puesta y en seguida de lavarnos las manos nos sentamos a comer.
Mamá se echó sobre el sillón de la salita diciendo que le dolían los riñones y le pidió a Tina, la muchacha, que le llevara la comida allí. Margarita ocupó la silla de mamá y entonces noté que el lugar del abuelo estaba vacío.
- ¿Y el abuelo? pregunté con sorpresa.
Los grandes se miraron entre sí y luego, lentamente y dando muchos rodeos, papá me comunicó que el abuelo se había ido de viaje, un largo viaje con destino al cielo o algo así.
Un largo viaje, abuelo. Y así supe que te habías muerto. Y de pronto me di cuenta de que todos estaban tristes y yo también.
- ¿La muerte es para siempre?
No me contestaron y no repetí la pregunta. Nadie comió esa noche.
Margarita se quedó en casa hasta que nació la nena. Roja y arrugada. La llamaron Mariana y me prohibieron levantarla de la cuna. Con el tiempo se volvió blanca y gorda y aprendió a decir algunas palabras, entre las que se encontraba mi nombre.
Fue entonces cuando pusieron una sillita alta en tu lugar, y desde allí Mariana, metía las manos en el puré, mientras mamá le daba de comer por cucharadas.
Ellos dejaron de nombrarte, abuelo. Pero yo me acordaba de vos. De tu cabeza canosa, de tu voz fuerte, del bonito reloj de bolsillo que se llevó tío Antonio, de tus cuentos de cacería con el imponente rifle que se llevó tío Juan. Papá hizo un atado con tu ropa y la mandó al Ejército de Salvación.
Un día al volver de la escuela, entré a tu cuarto, y en lugar de tu cama de bronce, me encontré con la cuna de Mariana y unas cortinas nuevas en la ventana. Unas cortinas con escarabajos verdes y flores anaranjadas.
Me daba rabia ver cómo te iban sacando de la casa que era tuya, que vos mismo mandaste construir; que se llenaba con tus rezongos cuando ponían alto el televisor y cuando te negabas a tomar los remedios que te recetó el médico, y cuando peleabas con mamá porque a ella le daba nauseas el olor del tabaco de tu pipa. (Ella la tiró a la basura, pero yo la recogí y la tengo guardada en la caja de los soldados de plástico).
La casa también se llenaba con tu música cuando tocabas el piano. Papá te decía que por qué no cambiabas, pero a mí me gustaban esas cosas ³antiguas² que tocabas; especialmente la marcha esa de los aliados en la primera guerra.
Yo la tarareo cuando juego a los soldados y los indios y me imagino que me acompañás con el piano.
Te extraño, abuelo. Aunque me tirabas del pelo cuando hacía ruido para tomar la sopa y te quedabas dormido mientras jugábamos a las cartas.
Tengo ganas de verte, pero no sé dónde. Aquí en casa no, abuelo. Mejor no porque si vinieras sería un verdadero problema, no sabrían dónde meterte. No hay lugar para vos en casa. Se armaría un lío. Además, ya vendieron el piano.


 

 

 

EL ENOJO

 

Enojada con vos porque hacés cosas que me parece que no son las que yo te enseñé, te sembré, te mostré con mis propios movimientos, como les muestra a sus alumnos los movimientos para mantenerse a flote y para nadar el profesor de natación en la clara piscina, pienso que durante casi diecisiete años fui más madre que mujer, profesional, esposa, amiga.

Madre al despertarme a la noche para taparte, al levantarme por la mañana, al caminar por la calle buceando los peligros que podrían signarte, al comprarme un vestido y sentirme culpable por no renovar tu muñeca, al dejar abierta la puerta de mi dormitorio para oír si me llamabas, al escribirte, al nombrarte, al callarte, al respirar, al temer por mi vida, al salir con la garganta apretada por dejarte.

No es ninguna novedad, a casi todas las madres les ocurre lo mismo.

Pero me enojé, me rebelé. Frente al espejo, mirándome con unos jeans que me diste, entornando los ojos y viéndome joven como era cuando naciste, sentí que de golpe tenía ganas de ser una persona, no una mamá-persona. Que alguien en mí (¿la yo de siempre, otra nueva?) se impacientaba, pedía socorro, libertad, un espacio en blanco para que sus pensamientos pudieran volar sin ser una avioneta con un piloto invariable: vos.

¿Cuándo dejarás de ser una nenita que todo lo espera de mí? ¿Cuándo dejaré de despertarme sobresaltada porque creo oír tu voz nombrándome? ¿Cuándo mi frasco de champú estará en mi estante y mi rimel y el perfume como los dejé?

Enojada. Enojada.

Esperando que asumas responsabilidades, que la noticia del día sea: “Crecí”, y no: “Dame la mano, me metí en un lío, te dije una mentira, no aprobé el examen…”.

Y ahí asumo yo. Soy la balsa, el madero, soy la mala que te obliga –sin conseguirlo del todo- a hablar menos por teléfono, a estudiar, a salir más espaciadamente.

Se llaman “límites” y están bien. Pero me parecen duros y tambaleo, y cuando tambaleo me envolvés con tus “razones”, que siempre te favorecen.

Es que yo fui tan poco feliz en mi adolescencia, que verte acongojada, angustiada o triste me provoca una culpa extraordinaria.

Iba a decirte, o te dije:

Por favor, no soy solamente tu mamá.

También soy yo. Soy un poquito mía y me necesito. Estoy cansada, ahora ayudame vos.

Iba a decirte, o te dije:

Cuando yo tenía tu edad me valía por mí misma, sacaba las mejores calificaciones del colegio, escribía, publicaba, nadie me daba un beso en la frente cuando estaba dormida.

Iba a decirte… y hasta te dije cosas muy duras, con la voz de espada y palabras de acíbar.

Llamaradas en los ojos y la firme determinación de que “de ahora en adelante tomaremos dos pasos de distancia: vos tus remos, los que te di a su tiempo. Yo el timón de mi barco. Hasta aquí, mamá, y de aquí para allá, vos que te arreglás por tu cuenta”.

No podía dormirme. Fui a la biblioteca. “Voy a releer algo, voy a mimarme un poco, con algún libro que me haya fascinado”. Tomé mi Felisberto Hernández de hojas amarillentas por el tiempo, fui con el libro a la cama y al abrirlo algo planeó sobre las sábanas de ramilletes celestes. Una estampita. Un niño Dios conversando con un conejo, un pajarito y una ardilla. En el reverso, impreso en prolijas letras: “Verónica R. fue bautizada el 20 de junio de 1963 en la parroquia de …” y tu nariz fruncida al recibir el agua bendita en la cabeza… y los primeros pasos de zapatitos blancos… y una nena de largo pelo brillante con un vestidito con canesú en punto smock parada sobre una mesa cantando “Manuelita vivía en Pehuajó…”.

Oh, toda mi carne vacilante volvió a ser tabla de salvación, balsa, cuna, miedo y fortaleza.

“Un poco más”, me dije. Y fui a sacarte el flequillo mojado de la frente y a besar una redonda mejilla de manzana, despacito, para no despertarte.


 

Pasarán cosas ...

 

Ha empezado otro año.

Como un cuaderno nuevo está ante mí, y me acuerdo de cuando era chica, iba a la escuela y me apuraba para terminar el viejo cuaderno y así comenzar el otro. En las últimas páginas hacía letra grande, enormes dibujos apresurados. Pegaba dos hojas con engrudo de fabricación casera: agua y harina en la cocina.

Los cuadernos nuevos se empiezan con letra pequeña, pareja, prolija, cuidada...

Igual que los años.

Igual que éste.

¿Borrón y cuenta nueva?

No, no, sin borrón.

Y sumando a la cuenta nueva las otras cuentas que antes nos sirvieron.

Porque no todo está para el olvido.

Porque no todo fue para dejarlo atrás, disimulado entre las hierbas secas del otoño.

Pasaron cosas.

NOS PASARON COSAS.

Crecimos un poquito, un poquito así, pero crecimos.

Llorar hace crecer, es esa lluviecita de uvas de cristal sobre el techo de chapa de nuestro corazón. Pica, repica, musiquea, despierta.

Nadie es el mismo después de haber llorado.

Reír hace crecer.

También reímos.

Algunas veces, quizá podemos contarlas con los dedos de una mano... ¡Y cómo une la risa!: dos que se rieron juntos, a carcajadas limpia, no se desatan nunca en el recuerdo.

Yo tengo siete chistes favoritos, y me acuerdo de quiénes fueron las siete personas que me los contaron.

En cambio, no me acuerdo de todas las que me hicieron llorar o compartieron mis angustias.

No creas que se trata de mala memoria... me parece que es puro instinto de conservación.

Fíjate que la gente le huye a la tragedia.

En algún tiempo me daba mucha rabia, pero ahora lo entiendo y no la juzgo mal.

Una amiga de la infancia, que quiero profundamente, todavía no habló conmigo desde que murió mi compañero. Y si yo no la llamo no es porque no tenga ganas de hacerlo ni porque piense que es a ella a quien le corresponde llamarme... sino simplemente porque me da miedo que se sienta mal...

A ella le digo: si leés esto, no busques entre líneas... te quiero mucho, me gustaría que estuvieras cerca. No temas, no estoy desahuciada, no contagio las penas, las tengo dentro de mí, tan escondidas que para hallarlas tendrías que escarbar demasiado. Y, además, a los muertos queridos no los recuerdo muertos, los recuerdo con su olor a perfume y su camisa favorita, con la música que les gustaba, con las anécdotas que los muestran en su mejor momento. No hablaremos de heridas ni agonías ni hablaremos de nieblas o tormentas... no, ¿sabes qué haremos?... terminaremos la charla aquella que empezamos una tarde en un café de la calle Córdoba... o la seguiremos, porque las charlas entre amigas no se terminan nunca, son siempre una continuación de la anterior, que fue una continuación de la anterior... y así, siempre, siempre, hayan pasado días, meses, años.

Trabajar, hace crecer.

Y me ha dado un poco de trabajo trabajar.

Porque mi trabajo es solitario, callado, sin jefes que me obliguen a hacerlo, sin un horario que cumplir.

Se trata de transformarme en médium y sentir lo que todos sienten a mi alrededor... e interpretarlo con palabras escritas que traduzcan exactamente eso que siento, eso que sentís, eso que sienten otros.

Admirar hace crecer.

Es tan larga la lista de la gente que admiro, que te cansaría leerla. Pero en esos nombres seguramente nos reconoceremos, hermanadas, vos y yo. Violeta Parra, Mozart, Mick Jagger, Horacio Molina, Paganini, Cortázar, Woody Allen, Silvio Rodriguez. Beethoven, Raúl Porcheto, Chopin, Alejo Carpentier, Fellini, la hermana Teresa, Silvina Ocampo, Bergman, Ricardo Montaner, siempre mi Felisberto Hernández que releo, los hermanos Marx, Olga Orozco, Humphrey Bogart reviviendo cada vez que pasan "Casablanca" por televisión (ojalá que no dejen de pasarla nunca).

Al admirar abrimos una ventanita del alma que, a veces, está cerrada con candado. Al abrirla, nos abrimos. Dejamos que eche a volar un pájaro cautivo y que entre el aire con olor a magnolias y a flores de tilo, ese olor que es olor a verano y a plaza.

Cuando era chica llevaba botellitas a la plaza, las movía, dando vueltas, y luego las tapaba, creyendo que en ellas podían guardarse los olores. Tal vez sí. Nunca las encontré, después, nunca tuve oportunidad de destaparlas...

Agradecer es crecer.

Amar es crecer.

Crear es crecer.

Ha empezado otro año.

Cuadernito nuevo.

Cuadernito de hojas inmaculadas, todavía en blanco.

Cuadernito que en la tapa dice Poldy.

Solamente yo podré escribir en él los días que vendrán.

 

CUIDA TU VOZ Y TUS PALABRAS

 

A dónde se va lo que se va?


He llorado fuerte...y el llanto se fue.
No dejó un dibujo en el aire, no dejó las marcas de su itinerario...
Pero nada se pierde, todo se queda en el mundo : seguramente las
sonrisas hacen una parva, poniéndose una al lado de otra , una
encima de otra... y después se transforman en mariposas: ¿ quién
puede afirmar que esa mariposa de alas de seda que anda por ahí
no es la sonrisa de alguien que conociste...o que no conociste,
alguien de este tiempo o de un tiempo pasado?
¿Y esa nube de tormenta que va ennegreciendo el cielo...y esa otra
que se le ha sumado...y la que viene desde el otro lado, no están
hechas de gritos airados , de imprecaciones , de "malas palabras"
que salieron del televisor ?
¿Y la música?
La música se hace bandadas de aves, pájaros de distintos cantos
asomados al balcón celeste del aire.
Y las caricias son césped, gramilla, pastito tierno por el que podemos
correr descalzos , echarnos panza al sol para dormir la siesta...
Las amenazas se transforman en rejas: las de las cárceles y las
que nos separan de la alegría.
Los besos son la lana de las ovejas. Y luego el pulóver que te
ponés cuando refresca , la bufanda que te tapa la nariz ,
la manta de tu cama...
Las mentiras son el fuego que incendia los bosques.
¡Oh, cuida lo que pones fuera de ti, no creas que lo puedes
echar a la basura...porque la basura no desaparece mágicamente...,
fijate como tratan las naciones de defenderse de la basura
nuclear que los países poderosos desparraman por la tierra !
Vamos a tomarnos del dedo meñique, como cuando estábamos
en sexto grado, vos y yo , como dos amigos de verdad...
y nos vamos a prometer:
No contaminar el mundo con palabras que duelan,
con rencores,
con venganzas,
con indiferencia,
con violencia,
con malas intenciones,
con desidia,
con abandono...
Y seguro que ni vos ni yo queremos que la desdicha sea la
neblina de los amaneceres,
que los llantos sean los truenos de las tormentas,
que el viento de la desesperanza del el altavoz del aullido
de los lobos...
¿A dónde se va lo que se va?
Se va a dar una vuelta por ahí, y luego torna , vuelve, regresa,
pasa nuevamente a nuestro lado , no desaparece , no se borra,
no se debilita...
Estará siempre.
Y no queremos que las penas arrastren sus cadenas de
fantasmas...
No queremos que el desamor ataque con el diente envenenado
de la cobra...
No queremos que las violetas sean un ramillete de espinas...
Por eso, cuida tu voz y tus palabras...
cuida tus pensamientos...
Porque todo lo lleva el viento, y
"El viento sopla donde quiere,
tú oyes su voz, pero no sabes
a dónde va, de dónde viene..." *

 

SONETO DE ADIÓS

Rodará un llanto azul por mi mejilla
cuando termines por decirme adiós
y cuando seamos nada más que dos
aves que han devorado la semilla

que en lo más hondo nos sembró el amor...
rodará un llanto azul por tu mejilla,
un río de nostalgia sin orilla,
pétalos sueltos de una triste flor.

Debes decirme adiós y yo no puedo
admitir que te pierdo y que me muero
y que nada sin tí tiene sentido.

Por eso, con la pena que me ahueca
voy preparando desde ya la rueca
para poder tejerte en el olvido.
 

 

Violetas para nadie

Las miro, profundamente azules, con un olor que trepa y se columpia en mi recuerdo. Violetas. No se me ocurre ninguna palabra para decirte; ni gracias, ni son muy lindas. Nada. Mis manos tiemblan y los menudos pétalos se mueven como si un aire pasado los moviera. Un aire que viene de calles caminadas sin apuro, envueltos tu y yo en un silencio en nada parecido a éste de ahora. Un aire que viene de tardes con signos descifrables por la paciencia lenta y amiga de la ternura. Un aire que viene de veranos con oleajes tibios en el cauce celeste de la sangre. Mi voz y mis palabras se han quedado en aquel tiempo. Las busco ahora, buceando en un océano de letras como peces escurridizos. Las busco para dártelas y mi voz se niega, mi voluntad se niega, todo mi cuerpo es una negativa. Yo no sabía, creeme que no lo sabía, me he dado cuenta ahora. Pensé que era amor lo que hacía resignarme a la monotonía de nuestros días. Que el amor había hecho que aprendiera a callar las súplicas. Que el amor me había convertido en esta casi-piedra que ni siquiera pretendía llamarte demasiado la atención. Te reías cuando te reprochaba la escasez de caricias, de palabras que enunciaran lo que sentías por mí. Todo estaba sobreentendido, no había nada nuevo que decir; y repetir lo que se había dicho antes, era una cosa tonta, innecesaria. Te reías cuando los ojos se me llenaban de lágrimas al ver cómo negabas, con un leve y rítmico movimiento de cabeza, el reclamo del chico o de la florista para que le compraras un ramillete. Porque ése no, no era para ellos, sino para mí. Iban quedando huecos dentro de mi ser: un hueco para llenar con flores, un hueco para llenar con palabras, un hueco para llenar con ternura. ¿No notaste que en vez de una mujer tenías a tu lado un abismo profundo?
¿No notaste que en vez de una mujer tenías a tu lado el latido veloz de los vientos?
¿No te diste cuenta de que a tu lado quedaba solamente la sombra de aquella que reía apretando tu mano y haciendo repicar las cristalinas agujas de la lluvia?.
¿Pudo engañarte mi contorno material, la armazón que paseaba mis vestidos por la casa ordenada, el mecanismo perfecto de mis manos peinando mis cabellos y retocando el polvo sobre mi nariz?.

La que te amaba, la que secaba su llanto con tu mirada, la que se iluminaba cuando sembrabas besos como estrellas lustrosas sobre su piel..., aquella que te dejó libar su néctar e injertar en su tallo la savia de tus ramas, ... se ha escapado de mí, ya no soy ella.... No te he engañado: ahora acabo de darme cuenta. Ahora mismo apretando en mis manos este ramo de violetas. Ahora, mirándolas, profundamente azules, con un color que trepa y se columpia en mis recuerdos. No se me ocurre ninguna palabra para decirte, ni gracias, ni son muy lindas. Nada. Porque la ceniza cae sobre menudos pétalos. Y has comprado violetas, sí, pero muy tarde.
Violetas para nadie.