Yo
quisiera
quedarme
en ese
mundo
apretado
en las
paredes
celestes
de la
infancia,
arrebujada
en un
aire
que se
disuelve
con el
calor
del
verano,
porque,
no sé
porqué,
en la
infancia
siempre
es
verano,
siempre
hay un
velerito
de
papel
y
palitos
navegando
en un
charco
de
ámbar,
siempre
hay un
bollo
plateado
de
papel
de
chocolate
en el
fondo
de un
bolsillo.
Yo
quisiera
caminar
por
los
senderos
ciudadanos
por
ángeles
guardianes,
segura
y
preocupada
solamente
por el
horario
de la
sopa
de las
muñecas,
inventando
nombres
para
llamar
a las
luciérnagas,
buscando
las
pilas
que
encienden
a los
bichos
de
luz,
durmiendo
con un
sueño
de
acompasada
respiración
y
manos
apoyadas
en las
sábanas
sin
crispación,
como
flores.
Allí
es
donde
uno
tiene
la
defensa
más
limpia
y más
cierta:
la de
la
ingenuidad,
la de
la fe.
Creer,
creer
en
todo
el
mundo,
abrir
la
pena
como
un pan
caliente
y
mostrar
su
humeante
interior;
abrir
la
risa
como
un
durazno
maduro
y
entregar
el
carozo,
o la
pulpa
o el
zumo,
creyendo
que a
los
demás
nuestra
alegría
les
gusta,
que
los
demás
se
ponen
contentos
con
nuestro
triunfo,
con
nuestra
felicidad.
Querer.
Y
sentir
que
querer
es una
margarita
a la
que se
le
ponen
los
pétalos
en
lugar
de
quitárselos,
y que
son
unos
ojos
empañados
de
llanto
cuando
la
mano
amiga
se
posa
sobre
el
hombro
para
decir
estoy
aquí,
con
vos,
porque
me
necesitás.
Darse.
Como
se dan
los
hijos,
sin
especulaciones:
"porque
estoy
de tu
parte".
"Porque
me
gusta
ser tu
amiga".
"Porque
te
quiero
como
sos".
A mí
me
asusta
esa
ciudad
que se
levanta
allí.
Con
laberintos
de
cemento
y
sonrisas
de
utilería
que se
ponen
en los
rostros
los
que
piden
algo.
Y
hablar
cuando
uno
quiere
quedarse
en
silencio.
Y
quedarse
en
silencio
cuando
uno
tiene
ganas
de
hablar.
Y
herir.
Porque
a
veces
para
defenderse
la
gente
grande
tiene
que
herir.
Y pasa
como
cuando
vos,
que
sos
chico,
decías
furioso:
"ojalá
que se
muera
mi
mamá
que no
me
quiso
comprar
un
helado".
Y
resulta
que
después
te
pasas
toda
la
noche
despierto
y te
levantás
cien
veces
con la
excusa
de ir
al
baño o
a la
cocina
a
tomar
agua,
nada
mas
que
para
ver si
respira,
que no
se
cumplió,
que
por
suerte
no se
cumplió…
Yo te
propongo
una
locura:
que no
crezcas
como
parece
que es
conveniente
crecer
en
este
mundo
de la
ciudad
fantástica
y
totalmente
aprovechable.
Que
defiendas
los
soldaditos
de
plata
que la
lluvia
hace
galopar
sobre
el
asfalto.
Que
quieras
porque
sí y
llores
toda
la
tarde
porque
te
peleaste
con el
amigo
con el
que te
vas a
reconciliar
mañana
lo más
campante
y
olvidado
de
todo.
Porque
si no
te
ponés
fuerte
y
defendés
esas
cosas
a capa
y
espada,
te van
a ir
arrancando
de ese
país
de
luz, y
sin
que te
des
cuenta,
te van
a ir
metiendo
las
sombras
que
dan
miedo
de
noche,
y
cuando
llegues
al
lugar
en que
miro
de pie
a mi
alrededor,
vas a
querer
huir,
irte
de
vos,
refugiarte
en
cualquiera
que
sonría,
volver
a huir
porque
hincaron
los
dientes
hambrientos
en el
pan
caliente
de tu
pena y
en la
pulpa
de tu
alegría
y se
disputan
los
huesos
de
nácar
de tu
ingenuidad,
la
mano
abierta,
el
asombro,
¡Ay el
asombro!,
ese
milagro,
que de
repente
nos
resucita.
Por
ejemplo:
acabo
de
asombrarme
con un
puñado
de
jazmines
chiquitos
y
blancos
que se
han
abierto
en la
enredadera
de mi
casa.
Y han
perfumado
de tal
manera
el
jardín
que me
hicieron
pensar
en un
derroche
de
magia.
Así
que
correte
un
poco,
dejame
sentar
con
vos en
el
banquito,
vamos,
correte,
haceme
un
lugarcito…,
no
tengas
miedo,
yo
todavía
puedo
chapotear
en tu
río
sin
encrespar
las
aguas,
y
morirme
de
risa
viendo
girar
tu
trompo,
y
pasarme
una
tarde
entera
descubriendo
universos
en un
calidoscopio.
Yo
todavía
puedo
usar
de a
ratos
tu
país
de
luz.
Andá,
correte
un
poquito
y
dejame
sentar
con
vos en
el
banquito.
PARA QUE
EL MUNDO
NO SE
QUEDE A
OSCURAS
Con mis
manos, que
a veces
tienen las
uñas
comidas y
otras
veces no,
trato de
tocar tu
corazón,
Me he
quitado
sin pudor
los siete
velos que
cubren el
alma, te
mostré mis
llagas y
mis rosas,
quebré la
distancia
que separa
a los
seres, me
di entera
en cada
palabra,
busqué tu
protección,
te di mi
apoyo...
Te he
hablado de
aquello
que se
calla por
temor a
parecer
sentimental
y cursi.
¿Por qué a
las
personas
les da
vergüenza
hablar de
sus más
bellos y
profundos
sentimientos?
pero ni
siquiera
se
ruborizan
cuando
cuentan
algo
terrible y
violento,
algún
hecho
aberrante
de esos
que gritan
a los
cuatro
vientos
las
primeras
planas de
los
diarios y
los
noticieros
de TV?
¿Cuánto
hace,
amiga,
amigo, que
no ves en
televisión
a un
escritor
leyendo un
pedacito
de su
obra... o
dando sus
opiniones
sobre lo
que sucede
en este
mundo
nuestro de
cada día
... ?
¿Acaso
saben más
del hombre
los
políticos,
los
comerciantes,
los
observadores
económicos?
Anoche
lloré
oyendo a
Pinti
cantar su
canción
"Cuiden
los
artistas".
Justamente
a la tarde
había
estado
hablando
por
teléfono
con una
promotora
de una
tarjeta de
crédito a
quien no
conozco
personalmente,
y quién
sabe por
qué rara
casualidad
yo le
había
estado
comentando
estas
cosas: que
la gente
no cuida a
sus
artistas,
que los
medios se
ocupan muy
poco de
los
creadores,
que nos
dejan
archivados
en un
rincón y
nos sacan
a relucir
solamente
cuando
"queda
bien"
mostrar
que a tal
o cual
lugar
asistió
"gente de
todas las
disciplinas
de la
cultura".
No, no es
importante
el que
siembra
luces...
No es
importante
quien usa
las
palabras
para
reivindicarlas
del horror
y las
miserias...
No es
importante
el que
detenta el
poder de
desentrañar
los
sentimientos
más
hermosos
del ser
humano...
El otro
poder es
el que
cuenta,
porque hay
quienes
piensan
que las
personas
son
solamente
un gran
bolsillo o
un enorme
estómago.
No hay
tiempo
para los
artistas.
No hay
espacio
para
ellos.
Y sin
embargo,
cuando
todo
estalla,
cuando
todo
sangra,
cuando
todo
duele...
es la voz
susurrante
del
artista la
que sirve
de bálsamo
de
vendaje,
la que te
hace
descubrir
que las
pequeñas
cosas son
las que
verdaderamente
valen, las
que pueden
darte esa
alegría
que el
gran
suceso
ignora.
Es el
artista el
que
mantiene
encendida
la llamita
necesaria
de la
emoción.
El que
riega el
rosal para
que no se
muera
irremediablemente
la rosa,
el que
señala
hacia
arriba
para que
levantes
los ojos
al cielo y
descubras
que
todavía la
Cruz del
Sur sigue
teniendo
cuatro
estrellas
que guían
a las
naves
extraviadas
de noche
en los
mares...
Es el
artista el
que
mantiene
con vida a
tu ángel
de la
guarda.
El que
escribió
las frases
que usas
como lema.
Los versos
que
guardas en
tu
cuaderno
de cuando
eras
adolescente.
Las letras
de las
canciones
que
tarareas
cuando
algo
triste o
bello te
sucede.
Es el
artista el
que te
hace reír,
el que te
conmueve,
el que te
acepta
como sos,
el que
abre las
puertas
del alma
que dan a
tu
interior y
te invita
a recorrer
los
caminos
que te
llevan a
lo más
profundo
de tu ser.
El artista
es quien
te
convence
de que la
vida vale
la pena
ser
vivida, el
amor es lo
más
grande, lo
más
valioso y
necesario,
que vales
no por lo
que tenes
sino por
lo que
das, y que
siempre,
en todos,
hay algo
que los
demás
necesitan,
algo que
puede
salvarte y
salvar a
otros.
Sin temor
a
equivocarte,
pensá que
los
artistas
te
pertenecen.
Que
trabajan
para vos.
Que cada
artista
hace lo
que hace
para darte
algo: está
el que
representa
un papel
para
construir
un sueño.
El que
diseña un
vestido
para que
vayas a
una fiesta
aunque sea
con la
imaginación.
El que
compone
una
canción
para que
represente
algún
pasaje de
tu
existencia.
El que
pinta un
cuadro
para que
puedas ver
y
descubrir
aquello
que no
conocías:
llámese
mar,
rostros
ajenos que
nunca son
del todo
ajenos,
formas y
colores
que no
tenían
forma ni
color en
tu mente.
El que
canta
dándote su
voz para
que la
sientas tu
voz.
El que
escribe
todo
aquello
que tantas
veces
hubieras
querido
plasmar en
palabras
si
hubieras
sabido
escribir.
El artista
tiene una
estrellita
en la
frente y
leva en su
mano una
tea
encendida
para que
al mundo
no quede a
oscuras.
¿Y sabes
de qué se
nutre?
¿Sabés lo
que le da
fuerzas
para
continuar?
Vos.
Tu afecto.
Tu
cercanía.
Solamente
eso.
No tiene
otros
premios,
otros
alicientes.
Es tu
aplauso,
tu mano
estrechando
su mano,
el paso
que das
hacia él
el que lo
impulsa.
"Cuiden
los
artistas",
cantaba
Enrique
Pinti
anoche en
una
celebración.
Porque
todo
pasa...
pero
quedan los
artistas.
No importa
que los
diarios y
las radios
y los
canales de
TV se
acuerden
de ellos
solamente
cuando son
piedra de
escándalo...
Vos, ella,
él, todos
ustedes
son los
que tienen
que
hacerlos
sentir
queridos.
Porque el
artista
hace lo
que hace
por amor.
Por
verdadero
AMOR. Y lo
hace
porque te
quiere...
y PARA QUE
LO
QUIERAS.
¿Contesta
tu
pregunta
decirte
que
escribo
para que
me
quieras?
Es así.
Dios me ha
premiado
más que a
otros
artistas.
Porque
estás ahí.
Porque a
veces me
escribís.
Porque me
mandaste
un rosario
hecho con
rositas de
organza,
un osito
celeste de
peluche
que
aprieto
fuerte
antes de
dormirme
para que
me llene
de "buenas
ondas",
tarjetas
musicales,
señaladores
con
dibujitos,
huevos de
Pascua...,
en
realidad:
mimos.
Cariño que
me cuida
cuando
estoy más
triste y
más sola
que nunca.
No te
enojes si
no
contesto
enseguida
tu carta,
tu envío,
porque mi
forma de
responderte...
es
escribiendo
las
páginas de
mis libros
donde
también
estás vos,
estamos
vos y yo
riendo y
llorando
juntos,
como lo
hacemos
desde hace
tantos
años.
Si no
fuera por
vos, qué
pobrecita
cosa sería
mi
corazón.
Por
éste
hombre
Por
este
hombre
de
manos
como
nidos
yo
recorrí
todos
los
caminos,
caí
en
los
precipicios,
me
zambullí
en
los
lagos
y en
los
mares,
me
volví
loca
de
sed
en
los
desiertos,
me
abrasé
en
el
trópico,
fui
enceguecida
por
el
reflejo
de
la
luz
sobre
las
nieves
perennes.
Por
este
hombre
de
frecuente
sonrisa
blasfemé,
grité,
mordí,
me
diferencié
bien
poco
de
las
bestias.
Por
este
hombre
de
tranquilos
gestos
llegué
a
pensar
que
Dios
era
mentira.
Por
este
hombre
que
miraba
asombrado
la
tristeza
en
mi
rostro.
Por
este
hombre
que
no
entendía
el
motivo
de
mis
llantos.
Por
este
hombre
que
huía
de
mis
explosiones
y se
encerraba
en
un
sueño
que
lo
aislaba
de
mi
dura
realidad.
Por
este
hombre
yo
he
pasado
noches
levantadas,
maquinando
venganza
al
mirarlo
dormir
como
si
nada
de
mí
le
interesara.
Por
este
hombre
conocí
las
luciérnagas
que
se
encienden
en
la
sangre
y
producen
una
hoguera
en
el
territorio
del
cuerpo
enamorado.
Y
aprendí
también
a
castigar
diciéndole
que
no.
Y
aprendí
la
soledad,
el
empecinamiento,
la
rabia,
la
rutina,
la
garganta
ahogada,
los
celos,
la
desconfianza,
el
miedo,
los
reproches,
las
espinas,
la
sal.
Por
este
hombre
conocí
la
bruma,
la
oscuridad,
la
asfixia.
Por
este
hombre
no
me
quedé
quieta
desde
el
día
en
que
decidimos
intentar
todo
juntos.
No
tuve
reposo,
ni
quietud.
No
tuve
tiempo
para
otra
cosa
que
no
fuera
exigirle,
exigirme,
pedirle,
darle,
quitarle,
obligarlo
a
recibir.
Por
este
hombre
de
voz
pausada
y
ojos
comprensivos
ya
no
me
queda
nada
por
conocer.
Todas
las
tramas,
todas
las
redes,
todas
las
cadenas,
todos
los
matices.
Y
soy
una
mujer
igual
a
todas.
Y él
un
hombre
muy
parecido
a
todos.
Y la
nuestra,
una
historia
que
se
repite
a
diario,
una
historia
que
se
escucha
y se
huele
detrás
de
las
puertas
cerradas
y
las
persianas
bajas.
la
historia
que
comienza
a
entretejerse
cuando
los
platos
de
la
mesa
quedan
limpios
y
los
niños
se
duermen.
La
historia
con
iniciales
de
cansancio,
que
a
cada
uno
le
parece
única,
irrepetible,
diferente.
Es
la
historia
de
la
falta
de
tiempo
para
estar
juntos.
La
historia
del
cansancio
y el
sueño.
La
historia
de
ser
jóvenes
y
tener
que
luchar
por
el
futuro.
Y él
no
entiende
por
qué
una
es
tan
dramática.
Y él
no
entiende
por
qué
una
le
da
importancia
a
cosas
pequeñitas
como
el
olvido
de
una
rosa.
Y
una
lo
ve
un
monstruo
frío,
sin
compasión
ni
sentimientos.
Y él
la
ve a
una
imposible,
incapaz
de
aceptarlo,
de
conocerlo.
Y el
orgullo
de
ambos,
el
empecinamiento,
la
fatiga,
las
heridas
constantes
van
dibujando
un
límite
que
separa...;
primero
puntos
suspensivos,
como
los
de
los
mapas;
después,
un
hilo
de
agua;
por
fin,
una
montaña.
¿Y
dónde
están
los
que
una
vez
sintieron
que
no
podían
vivir
separados?
¿Dónde
están
los
que
temblaban
cuando
sus
manos
se
rozaban
apenas?
¿Dónde
están
los
que
recibían
la
madrugada
conversando?
Allí,
a
cada
lado
de
la
montaña,
solos.
Cuestión
de
dar
un
paso
y
voltearla.
Cuestión
de
hacer
caer
la
piedra
con
los
llantos.
Cuestión
de
desviar
el
curso
de
los
ríos
para
que
la
echen
abajo.
Sólo
bastó
que
yo
le
entregara
mis
ojos
mansamente
y lo
dejara
mirarme
en
ellos.
Que
se
ablandara
mi
tensión,
y mi
cuerpo
reconociera
en
él
al
dios,
al
mago.
Que
refloreciera
mi
ternura.
Que
dejara
fluir
naturalmente
mis
palabras,
mis
pensamientos,
mis
ganas.
Por
este
hombre
de
manos
como
nidos.
Por
este
hombre
de
tranquilos
gestos.
Por
este
hombre
de
voz
pausada
y
ojos
comprensivos,
conozco
la
felicidad,
la
paz,
la
suerte
de
haber
llegado
a un
puerto
sin
tormentas,
a
una
orilla
de
luz,
a
una
permanente
construcción,
a un
encuentro
en
el
que
nos
reconocemos
y
nos
necesitamos.
TE CANTARE
PARA QUE
DUERMAS...
Te cantare para que duermas, amor,
para que descanses en paz.
Yo sé que escucharas mi canto,
en voz muy baja,
tan solo audible para vos.
Estas tan lejos y tan cerca.
No sé ni el nombre ni el lugar.
Será un oasis, una selva, una ciudad?
Por donde iras con las respuestas a las
preguntas que no te pude preguntar?
No sé por que cuando te pienso
se me pone tan loca la ansiedad.
Es como si te aguardara todavía
y como si estuvieras por llegar.
Me parece que entras; que tus pasos cruzan el corredor, que llegan al cuarto, se detienen junto a mi lado de la cama y, mientras yo me incorporo para recibirte, tus brazos me estrechan contra tu pecho, y los latidos de tu corazón hacen un dúo de ritmo acompasado con los latidos de mi corazón.
Pero abro los ojos y estoy sola.
Ni tu olor ha quedado en el aire que me pesa, que yo embarullo con el perfume de una rosa que se va abriendo entre las fotos, encima de la cómoda.
Fotos donde tu mano se posa en mi rodilla, sentados con el mar atrás y tu sonrisa avanza.
La de tu último cumpleaños con los amigos rodeándonos. y aquella de tus tres años: un nene con el tapadito cerrado con doble hilera de botones y un conejito blanco relleno de estopa, que se te perdió en una tarde de compras con tu mama en Gath & Chaves.
Cuando te despedimos, amor, lloramos por el hombre que se iba sin regreso. Y lloramos (algunos sin saberlo), por el nenito con el conejo blanco y la carita asombrado de nuevo explorador de vida...
Ay! Por que, cuatro años antes de llegar al 2000?
Vas a perderte tantas cosas: los festejos del fin del siglo, del fin del segundo milenio, la pirotecnia del recibimiento del Tercer Milenio.
No lo viste a Alan disfrazado de pirata en su cuarto cumpleaños, ni París en septiembre ya casi totalmente programado, ni las pirámides de Egipto con sus ondas energéticas. Ni "Casablanca" por décima vez por un canal de cable. Ni a Vargas Llosa, que publicó Los cuadernos de Rigoberto y vino a la Argentina, como te habría gustado leer esta continuación de aquel impresionante Elogio de la madrastra, que te maravillo!
Uso tus jeans azules. Mande acortar las mangas de tu saco de tweed. Y el sastre me dijo que con tres toques me va a quedar tu traje gris.
Se secaron todas las plantas del balcón cerrado del living. Ni bien partiste. Todas, las chicas y las que estaban desde hace años.
Alguien me dijo que las plantas extrañan.
Te extrañaron, amor.
Todavía no fui a comprar otras, no tuve ganas, no quiero ir sola...
Y si a las nuevas las ahoga la tristeza que todavía flota por la casa como un fantasma transparente que da vueltas y vueltas, incansable bailarín de valsecito melancólico?
Me puse tu pulóver de rombos para la misa del Pilar.
Si, te llevo a misa, amor: seguimos yendo juntos, como antes.
Y le pregunto a Dios si El no hubiera podido...
Pero no sé si quiero escuchar su respuesta.
Le pido, le ruego que El te cuide.
Que no te suelta la mano.
Que no apague la luz de la estrella secreta que mirábamos a veces, a las diez de la noche, y que ahora es nuestro punto de reunión.
Le suplico que té de paz, que borre de mi recuerdo todas las cosas tristes y me deje intactos los flashes de ternura y de alegría, para que no me asalte la desesperación.
Aquí estoy, amor.
No te dejare solo.
Nada es lo mismo ahora.
Quiero que sepas que, pase lo que pase, andarás en los caminos de mis pensamientos.
Y aunque mi vida cambie, aunque el rompecabezas se arme de otra manera, todas las noches te cantare para que duermas...
Para que duermas con tu gesto entregado, con la expresión de niño abrazando el conejito blanco que el sueño te ponía en el rostro.
Si, te cantare para que duermas, amor.
EL
ANGEL
Esta
dura
batalla
de
vivir
nos
embarulla.
Queremos
abarcarlo
todo
con
los
brazos
abiertos,
extendidos,
y
los
ojos
perdidos
en
un
horizonte
circular
que
se
aleja
a
cada
paso
que
damos
hacia
él.
Estos
ojos
vueltos
hacia
afuera,
siempre
hacia
afuera,
tratando
de
descubrir
la
precisión
de
los
contornos,
la
realidad
de
las
imágenes.
Esta
mente
con
su
fichero
numerado,
catalogando
cosas,
actos
pasiones,
sentimientos,
gentes.
El
trabajo
es
arduo,
interminable.
La
balanza
no
cesa
de
pesar.
Ayer
teníamos
un
jardín
con
mariposas,
con
ranas,
con
charcos,
con
un
ángel
de
conocido
rostro
que
enlazaba
la
diminuta
mano
de
la
infancia
y
nos
enseñaba
canciones
para
entonar
la
música
de
las
rondas.
Queríamos
porque
sí.
No
nos
culpábamos
de
nada
ni
buscábamos
culpables.
Éramos
blancos,
íntegros
y
nuestros.
Nos
asombrábamos
de
la
maravilla
de
una
flor,
de
los
ojos
fosforescentes
de
los
gatos
transitando
la
noche,
de
los
bichos
de
luz,
de
la
voz
de
la
madre
anunciando
la
sopa
caliente
o
los
buñuelos,
del
padre
fuerte
y
cansado
regresando
a
la
tarde
del
trabajo.
La
vida
era
un
abrigo
tibio
en
el
invierno
y
un
aire
azul
por
el
que
nuestro
cuerpo
navegaba
en
el
verano.
Un
aire
azul
y
un
ángel...,
siempre
el
ángel.
¿Qué
pasó
después?
Amontonamos
cifras,
dimos
nombre
a
los
ríos
y
a
las
ciudades,
dimos
nombre
a
esa
ternura
natural
que
surgía
de
nosotros
como
un
manantial
interminable.
La
llamamos
"amor"
y
escogimos
cuidadosamente
a
quienes
podían
recibirlo,
a
quienes
podíamos
aceptárselo.
Y
aquel
camino
ancho,
aquel
camino
llano,
se
fue
estrechando
hasta
transformarse
en
una
callecita
angosta,
en
un
desfiladero
por
donde
sólo
podemos
pasar
de
uno
en
fondo.
De
uno
en
fondo
y
cada
vez
con
menos
equipaje.
Lo
primero
que
dejamos
fue
el
ángel.
Después
los
sueños.
Más
tarde
la
ilusión,
la
fantasía
y
hasta
la
generosidad.
Cada
vez
más
desconfiados,
empezamos
a
escrutar
los
ojos
de
quienes
nos
rodeaban,
a
estudiar
sus
movimientos:
¿iban
a
acariciarnos
o
a
golpearnos?.
Nuestras
alforjas
se
llenaron
de
inquietudes,
de
miedos,
de
vanidades,
de
egoísmo.
Separamos
"lo
nuestro"
de
lo
de
los
demás,
pusimos
un
cerco
para
proteger
nuestro
lugar,
bebimos
ávidamente
nuestra
agua,
comimos
hambrientamente
nuestro
pan,
más
del
que
nuestra
hambre
nos
pedía,
por
las
dudas
de
que
alguna
vez
llegara
a
faltarnos...
y
empezamos
a
llamar
"superfluas"
a
cosas
como
los
barriletes,
las
oraciones
y
los
milagros.
Y
ya
el
cielo
no
nos
pareció
tan
grande
ni
la
tierra
tan
inmensa,
ni
tan
valiente
el
hombre,
ni
tan
tierno
el
pecho
amigo,
ni
tan
desinteresada
la
mano
que
se
ofrecía
a
estrechar
la
nuestra.
Y
defendiéndonos
de
los
otros,
los
marginamos.
Pero
la
culpa
es
nuestra.
Porque
miramos
al
hombre
con
su
traje
planchado
y
sus
zapatos
nuevos
y
su
nombre
completo,
olvidando
que
adentro
de
cada
uno
hubo
un
chico
que
jugó
en
el
mismo
jardín
que
un
día
tuvimos,
un
chico
con
un
ángel
igual
al
ángel
que
nos
llevaba
de
la
mano...
No
quiero
ser
amarga,
sólo
quiero
decirle
que
he
sufrido,
como
usted,
como
todos...,
sólo
quiero
decirle
que
estuve
triste
como
usted,
como
todos,
y
de
pronto
me
sentí
encerrada,
y
de
pronto
me
sentí
prisionera,
incapaz
de
dar
un
paso
más,
de
reír,
de
ser
feliz,
completamente
feliz...
Hasta
hace
un
rato.
Hace
un
rato
crucé
por
una
plaza.
No
sé
por
qué
pasé
junto
a
las
hamacas
y
un
chiquillo
me
dijo:
"Hamáqueme
fuerte,
quiero
tocar
el
cielo
con
los
pies".
Me
lo
dijo
sin
preguntar
mi
nombre,
sin
preguntar
si
yo
era
buena,
sin
preguntar
cuánto
dinero
llevaba
en
mi
cartera.
Solamente
me
dijo
hamáqueme
hasta
el
cielo,
y
no
se
puso
a
calcular
los
metros
que
lo
separaban
del
cielo.
¿Para
qué?
Estaba
allá.
Era
azul.
Era
ancho.
También
podía
ser
suyo.
Tenía
derecho
a
él.
Dejé
mi
cartera
sobre
la
arena,
lo
hamaqué
con
todas
mis
fuerzas.
-¡Lo
toco!
-Gritaba
entusiasmado-.
¡Lo
toco!
¿Ve?
Reía.
Y
su
risa
era
una
cuchara
de
plata
tintineando
en
el
cristal
del
aire.
Y
mi
risa
era
también
una
campana
azul
en
el
aire
de
enero.
Alguien,
a
mi
costado,
reía
conmigo.
Reía
en
esta
tarde,
reía
porque
sí.
Era
el
ángel.
El
ángel
antiguo
y
vapuleado,
el
ángel
olvidado,
el
ángel
de
la
infancia
que
por
fin
encontró
un
lugar
libre
junto
a
mí
y,
sin
pedir
permiso,
se
agarró
de
mi
vestido,
se
zambulló
en
mi
cuerpo
y
me
ayudó
a
hamacarlo.
En
la
mitad
del
día,
en
la
mitad
del
dolor,
quebrando
la
seriedad
de
nuestro
oficio
de
adultos
austeros,
reconcentrados,
grises,
hay
siempre
un
chico
volando
en
una
hamaca.
Un
chico
que
somos
nosotros
mismos
queriendo
tocar
el
cielo
como
sea.
Basta
con
detenerse
a
hacerlo.
Basta
con
agarrar
su
mano
leve
y
decirle
despacio
las
cosas
más
disparatadas
y
hermosas:
que
es
lindo
estar
vivo,
que
el
corazón
no
necesita
un
motor
a
chorro
para
tocar
las
nubes,
pues
sube
solo,
como
el
incienso
de
las
bendiciones,
si
lo
dejamos
escapar
un
instante
de
la
rutina.
La
verdad
es
esa,
simplemente,
esa
cosa
tan
simple
que
de
tan
simple
tenemos
olvidada.
Cuando
dejé
la
plaza,
en
mi
pecho
reverberaba
una
fuente.
Iba
sonriendo.
Algunos
se
detuvieron
para
mirarme,
y
sonrieron
también.
Creían
que
le
sonreían
a
una
muchacha
sola
y
un
poco
loca
que
se
reía
por
nada.
No
sabían
que
también
le
estaban
sonriendo
a
un
ángel
invisible
que
iba
colgado
de
mi
brazo.
Avanzar
por
la
vida,
crecer,
hacernos
adultos,
desarrollarnos
en
este
mundo
con
su
vertiginosa
carrera
hacia
lo
material,
contamina
inexorablemente
la
pureza
que
teníamos
cuando
éramos
niños.
Y
en
ese
avance
(¿avance?)
vamos
perdiendo
cosas:
Perdemos
espontaneidad,
perdemos
frescura,
perdemos
sinceridad,
perdemos
sonrisas,
perdemos
las
ganas
de
jugar,
perdemos
alegrías,
perdemos
tiempo
para
gozar.
Y
ganamos
egoísmo,
nerviosismo,
estrés,
tristezas,
situaciones
forzadas,
muecas
en
lugar
de
sonrisas.
Es
que
aparentemente
crecimos...
¿crecimos?
A
veces
veo
a
los
niños
zambullirse
a
plena
risa
en
los
peloteros,
y
rebotar
divertidos
en
las
camas
de
aire
de
las
casas
de
juegos
y
gatear
a
través
de
laberintos
y
túneles
de
cuerdas
sin
más
preocupación
que
la
de
divertirse
con
sus
juegos.
Y
no
me
avergüenza
confesar
que
con
muchas
ganas
me
pondría
a
saltar
con
ellos
y
dejaría
que
mi
cuerpo
sienta
el
placer
de
rebotar
sobre
el
colchón
inflado.
Y
daría
lo
inimaginable
para
recobrar
la
pureza,
la
inocencia,
la
frescura
y
la
espontaneidad
de
mi
niñez;
descontaminarme
de
todo
lo
nocivo
de
este
mundo
que
solo
nos
conduce
a
la
destrucción
y
a
la
infelicidad
porque
nos
fuerza
a
meternos
en
una
maquinaria
para
la
que
no
estamos
preparados.
Quisiera
despojarme
de
todo
eso,
pero
sospecho
que...
es
demasiado
tarde.
Pero
también
creo
que,
si
un
día
me
libero
de
mis
ataduras
y
me
lanzo,
sin
pensar
en
nada,
a
rebotar
sobre
el
colchón
de
aire,
quizá...
quizá
no
esté
todo
perdido.
EL ALMA DE LA
CASA
Fue la primera
noche entre sus
paredes pintadas
de blanco. Con
el olor a nuevo
de los muebles,
mezclado con el
olor a
septiembre de
las fresias
amarillas y
blancas en el
centro de mesa,
porque en la
casa nueva nos
prometimos que
nunca van a
faltar flores en
el centro de
mesa. Estrenar
una casa es como
el año nuevo:
Uno se hace
promesas, se
impone normas,
siente que la
vida va a
comenzar de
nuevo y se puede
(¡se puede!)
cambiarle
algunas cosas,
volverla más
linda. Estábamos
contentos.
Brindamos,
riéndonos
alrededor de
esta mesa tan
grande: "para
que quepan todos
los amigos".
La nena hizo una
lista de
compañeritas que
va a traer a
jugar al jardín,
"y para mi
cumpleaños
quiero que
hagamos la
fiesta afuera,
con mesitas, y
sillas, y una
sombrilla grande
con rayas y
colores".
Estuvimos
escuchando
música,
"haciéndonos
amigos de la
casa". Ninguno
de los tres,
muertos de
sueño, nos
decidíamos a
acostarnos.
-Mira qué lindo
se ve el jardín
iluminado por el
farol... -Y sin
el farol, con la
luna
solamente...
tiene color de
jardín de
verano. Martín y
yo nos
apretábamos las
manos, nos
parecía mentira,
después de tanto
pensarla,
después de tanto
pelearle el
estilo de los
muebles y el
dibujo de las
cortinas...,
estar ya aquí,
instalados, como
arriba del Arca
de Noé: ya no
importan las
tormentas,
estamos los tres
juntos, a salvo,
en la barriga
enorme de la
casa. -¡Son
novios, son
novios!-
palmotea nuestra
hija.
Y los dos nos
ponemos
colorados, y nos
gusta sentirnos
otra vez, como
dos chiquilines.
Y nos damos un
beso en el
jardín. Verónica
enseguida se
interpone, se
mete en el medio
y pide que la
besemos también
a ella. Cada uno
le besa una
mejilla. Y los
tres nos reímos
con la emoción
ajustada en la
garganta como
una corbata
celeste. Era
pasada la
medianoche
cuando nos
acostamos. -Vos
mañana no vas a
querer
levantarte para
ir a la escuela.
-Sí, me voy a
levantar de un
salto, ni bien
me despiertes.
Llevamos a la
nena a su
cuarto, nos
pusimos a
charlar junto a
la cama,
sentados en el
piso, y de
repente nos
dimos cuenta de
que la gorda
dormía con la
boca
entreabierta.
Ahora nos tocaba
a nosotros.
-¿Vos, qué lado
queréis? ¿El de
la ventana? -Sí,
el lado de
siempre. Estoy
acostumbrada a
estirar la mano
y encontrarte a
mi derecha.
Después de
apagar la luz,
insomne,
inquieta, oí
crujidos como de
pequeñas
pisadas. - ¿qué
es eso?-
pregunté
asustada. Con la
luz apagada,
generalmente
todo me da
miedo. Cuando
era chica
escondía la
cabeza bajo la
sábana sobre la
silla, como si
fuera una visita
fantasmal, o el
diablo esperando
para cobrarse
mis mentiras.
-Son las maderas
del piso, que se
dilatan... Pasa
en todos los
departamentos
nuevos...
Dormité.. No
podía dormirme.
Me faltaban
algunos ruidos
que me acunaron
durante años: el
silbato de los
trenes, los
ronquidos de los
motores de los
ómnibus de la
parada de la
esquina, los
bochincheros
vecinos de
arriba corriendo
(increíblemente)
muebles a las
dos de la
mañana, el goteo
acompasado de la
canilla del
baño.
Me pregunté si
siempre iba a
ser tan
silenciosa la
casa. Y me
respondió un
ruidito conocido
y alegre: ¿el
canto de un
grillo? ¿A ver
si se oye otra
vez? Sí, sin
duda. Cada
tanto, el "crííí-crííí"
le fue quitando
el maquillaje al
silencio. Y me
trepé a su
sonajero de
lata, y me quedé
dormida. A la
mañana
siguiente,
Martín me
comentó su
desvelo
disimulado y la
canción del
grillo. -Pero si
yo tampoco podía
dormirme, ¿Por
qué no me
hablaste? -Pensé
que estabas
cansada..., creí
que era yo
solo... Nos
levantamos,
buscamos el
grillo por todos
lados. "Lo vamos
a encerrar para
que no se
vaya..., para
que sea el ángel
tutelar de la
casa...
Seguramente
entró por el
jardín". Abajo
de la cómoda,
abajo de la
cama, abajo de
la mesa, de las
sillas, del
escritorio... Lo
buscamos por
todos lados. Y
por fin, lo
encontramos...,
muertos de risa:
el grillo era la
ventana del
living,
levemente movida
por el viento. A
cada empellón,
un crííí que
seguramente le
envidiaría el
Paganini de los
grillos. -Nunca
vamos a hacer
arreglar esta
ventana.
-¡Nunca!. Claro
que no. Ahora
que ya somos
amigos de la
casa, que
nuestros amigos
le han dicho
piropos y ella
se ha sentido
como una reina,
galanteada,
admirada...
Ahora que ya
tenemos
confianza con
ella y nos
parece que nunca
jamás vivimos en
otro lugar...,
sabemos que lo
hizo a
propósito...,
que esa noche se
inventó un
grillo loco para
darnos la
bienvenida, y
ahora lo ha
adoptado para
siempre, y ese
violín de azúcar
es su alma: el
alma de la casa.
Cuando cambiamos
de sitio donde
vivir, al
principio, todo
nos parece lindo
y todo nos
parece raro. El
nuevo lugar nos
sorprende con un
sinnúmero de
nuevos sonidos
semejando que
estuviera
habitado. El
alma de la casa
se hace
presente. Y todo
eso novedoso,
pronto será
habitual, y poco
a poco, el alma
de la casa será
una conjunción
de las almas de
todos aquellos
que la habitan,
la vivencian y
ponen sus sellos
individuales al
servicio de
todos. Cada casa
tiene mucho de
nosotros; en
muchos aspectos.
Tiene nuestros
objetos
queridos, las
cosas que usamos
para decorarla,
nuestras
plantas, el
color de pintura
que elegimos,
nuestras
fragancias...
Pero aparte de
todo eso, tiene
algo mucho más
importante:
Tiene nuestros
recuerdos... y
parte de la
historia de
nuestra vida.
Por eso cuesta
tanto mudarse.
Porque uno
siente que está
dejando mucho de
sí mismo entre
esas paredes,
testigos de
tantas
vivencias...
Nueva casa,
nueva vida,
nuevos
proyectos... Eso
mitiga un poco
el sufrimiento.
Pero
indudablemente,
en cada rincón,
en cada baldosa
de la casa que
dejamos, un
pedacito de
nuestro espíritu
sigue viviendo
en forma de
recuerdo.
YA
VENDIERON
EL
PIANO
Los vi
desde
la
ventanilla
del
tren y
saqué
medio
cuerpo
afuera
para
llamarlos.
Papá
tomó a
mamá
por un
brazo
y
prácticamente
la
arrastró
hasta
llegar
frente
a mí.
Yo
miraba,
asombrado,
cómo
había
aumentado
el
volumen
de su
vientre
desde
que me
marchara
un mes
atrás
y
Margarita,
mi
prima,
que se
había
peinado
unas
veinte
veces
durante
el
viaje,
me
tironeó
de la
camisa
gritándome
que le
ayudara
con el
bolso.
Toda
la
gente
está
bajando,
¿pensás
quedarte
arriba
del
tren?
Papá
me
arrebató
el
bolso
en
cuanto
pisé
la
plataforma.
Mamá
me
estrechó,
como
pudo,
contra
su
pecho
y los
cuatro
caminamos
hacia
la
salida
de la
estación.
- ¿Lo
pasaste
bien,
Pablito?
¿Cómo
se
portó
el
nene,
Margarita?
¿Hizo
rezongar
mucho
a la
tía
Carmen?
¿Todavía
sigue
en
cama
tío
Miguel?
¿El
médico
piensa
que
tendrá
para
mucho?
Cuánto
te
agradezco,
querida,
las
molestias
que te
tomaste
por
Pablito.
Pero
si
supieras
qué
trajín
con
todo
lo que
pasó y
yo no
me
sentía
muy
bien.
No
sabés
lo que
te
agradezco
la
ayuda
que
nos
prestaste.
Mamá
dijo
todo
esto,
casi
sin
respirar,
y
Margarita
le
contestó
de un
tirón
que yo
me
porté
como
un
hombrecito,
la tía
Carmen
encantada
de
tenerme
allá,
el tío
Miguel
todavía
en
cama y
tenía
para
rato
porque
el
médico
le
había
ordenado
reposo
absoluto
durante
un mes
más
por lo
menos.
Llegamos
a casa
a la
hora
de la
cena;
la
mesa
estaba
puesta
y en
seguida
de
lavarnos
las
manos
nos
sentamos
a
comer.
Mamá
se
echó
sobre
el
sillón
de la
salita
diciendo
que le
dolían
los
riñones
y le
pidió
a
Tina,
la
muchacha,
que le
llevara
la
comida
allí.
Margarita
ocupó
la
silla
de
mamá y
entonces
noté
que el
lugar
del
abuelo
estaba
vacío.
- ¿Y
el
abuelo?
pregunté
con
sorpresa.
Los
grandes
se
miraron
entre
sí y
luego,
lentamente
y
dando
muchos
rodeos,
papá
me
comunicó
que el
abuelo
se
había
ido de
viaje,
un
largo
viaje
con
destino
al
cielo
o algo
así.
Un
largo
viaje,
abuelo.
Y así
supe
que te
habías
muerto.
Y de
pronto
me di
cuenta
de que
todos
estaban
tristes
y yo
también.
- ¿La
muerte
es
para
siempre?
No me
contestaron
y no
repetí
la
pregunta.
Nadie
comió
esa
noche.
Margarita
se
quedó
en
casa
hasta
que
nació
la
nena.
Roja y
arrugada.
La
llamaron
Mariana
y me
prohibieron
levantarla
de la
cuna.
Con el
tiempo
se
volvió
blanca
y
gorda
y
aprendió
a
decir
algunas
palabras,
entre
las
que se
encontraba
mi
nombre.
Fue
entonces
cuando
pusieron
una
sillita
alta
en tu
lugar,
y
desde
allí
Mariana,
metía
las
manos
en el
puré,
mientras
mamá
le
daba
de
comer
por
cucharadas.
Ellos
dejaron
de
nombrarte,
abuelo.
Pero
yo me
acordaba
de
vos.
De tu
cabeza
canosa,
de tu
voz
fuerte,
del
bonito
reloj
de
bolsillo
que se
llevó
tío
Antonio,
de tus
cuentos
de
cacería
con el
imponente
rifle
que se
llevó
tío
Juan.
Papá
hizo
un
atado
con tu
ropa y
la
mandó
al
Ejército
de
Salvación.
Un día
al
volver
de la
escuela,
entré
a tu
cuarto,
y en
lugar
de tu
cama
de
bronce,
me
encontré
con la
cuna
de
Mariana
y unas
cortinas
nuevas
en la
ventana.
Unas
cortinas
con
escarabajos
verdes
y
flores
anaranjadas.
Me
daba
rabia
ver
cómo
te
iban
sacando
de la
casa
que
era
tuya,
que
vos
mismo
mandaste
construir;
que se
llenaba
con
tus
rezongos
cuando
ponían
alto
el
televisor
y
cuando
te
negabas
a
tomar
los
remedios
que te
recetó
el
médico,
y
cuando
peleabas
con
mamá
porque
a ella
le
daba
nauseas
el
olor
del
tabaco
de tu
pipa.
(Ella
la
tiró a
la
basura,
pero
yo la
recogí
y la
tengo
guardada
en la
caja
de los
soldados
de
plástico).
La
casa
también
se
llenaba
con tu
música
cuando
tocabas
el
piano.
Papá
te
decía
que
por
qué no
cambiabas,
pero a
mí me
gustaban
esas
cosas
³antiguas²
que
tocabas;
especialmente
la
marcha
esa de
los
aliados
en la
primera
guerra.
Yo la
tarareo
cuando
juego
a los
soldados
y los
indios
y me
imagino
que me
acompañás
con el
piano.
Te
extraño,
abuelo.
Aunque
me
tirabas
del
pelo
cuando
hacía
ruido
para
tomar
la
sopa y
te
quedabas
dormido
mientras
jugábamos
a las
cartas.
Tengo
ganas
de
verte,
pero
no sé
dónde.
Aquí
en
casa
no,
abuelo.
Mejor
no
porque
si
vinieras
sería
un
verdadero
problema,
no
sabrían
dónde
meterte.
No hay
lugar
para
vos en
casa.
Se
armaría
un
lío.
Además,
ya
vendieron
el
piano.
EL ENOJO
Enojada con
vos porque
hacés cosas
que me
parece que
no son las
que yo te
enseñé, te
sembré, te
mostré con
mis propios
movimientos,
como les
muestra a
sus alumnos
los
movimientos
para
mantenerse a
flote y para
nadar el
profesor de
natación en
la clara
piscina,
pienso que
durante casi
diecisiete
años fui más
madre que
mujer,
profesional,
esposa,
amiga.
Madre al
despertarme
a la noche
para
taparte, al
levantarme
por la
mañana, al
caminar por
la calle
buceando los
peligros que
podrían
signarte, al
comprarme un
vestido y
sentirme
culpable por
no renovar
tu muñeca,
al dejar
abierta la
puerta de mi
dormitorio
para oír si
me llamabas,
al
escribirte,
al
nombrarte,
al callarte,
al respirar,
al temer por
mi vida, al
salir con la
garganta
apretada por
dejarte.
No
es ninguna
novedad, a
casi todas
las madres
les ocurre
lo mismo.
Pero
me enojé, me
rebelé.
Frente al
espejo,
mirándome
con unos
jeans que me
diste,
entornando
los ojos y
viéndome
joven como
era cuando
naciste,
sentí que de
golpe tenía
ganas de ser
una
persona,
no una
mamá-persona.
Que alguien
en mí (¿la
yo de
siempre,
otra nueva?)
se
impacientaba,
pedía
socorro,
libertad, un
espacio en
blanco para
que sus
pensamientos
pudieran
volar sin
ser una
avioneta con
un piloto
invariable:
vos.
¿Cuándo
dejarás de
ser una
nenita que
todo lo
espera de
mí? ¿Cuándo
dejaré de
despertarme
sobresaltada
porque creo
oír tu voz
nombrándome?
¿Cuándo mi
frasco de
champú
estará en mi
estante y mi
rimel y el
perfume como
los dejé?
Enojada.
Enojada.
Esperando
que asumas
responsabilidades,
que la
noticia del
día sea:
“Crecí”, y
no: “Dame la
mano, me
metí en un
lío, te dije
una mentira,
no aprobé el
examen…”.
Y
ahí asumo
yo. Soy la
balsa, el
madero, soy
la mala que
te obliga
–sin
conseguirlo
del todo- a
hablar menos
por
teléfono, a
estudiar, a
salir más
espaciadamente.
Se
llaman
“límites” y
están bien.
Pero me
parecen
duros y
tambaleo, y
cuando
tambaleo me
envolvés con
tus
“razones”,
que siempre
te
favorecen.
Es
que yo fui
tan poco
feliz en mi
adolescencia,
que verte
acongojada,
angustiada o
triste me
provoca una
culpa
extraordinaria.
Iba
a decirte, o
te dije:
Por
favor, no
soy
solamente tu
mamá.
También soy
yo. Soy un
poquito mía
y me
necesito.
Estoy
cansada,
ahora
ayudame vos.
Iba
a decirte, o
te dije:
Cuando yo
tenía tu
edad me
valía por mí
misma,
sacaba las
mejores
calificaciones
del colegio,
escribía,
publicaba,
nadie me
daba un beso
en la frente
cuando
estaba
dormida.
Iba
a decirte… y
hasta te
dije cosas
muy duras,
con la voz
de espada y
palabras de
acíbar.
Llamaradas
en los ojos
y la firme
determinación
de que “de
ahora en
adelante
tomaremos
dos pasos de
distancia:
vos tus
remos, los
que te di a
su tiempo.
Yo el timón
de mi barco.
Hasta aquí,
mamá, y de
aquí para
allá, vos
que te
arreglás por
tu cuenta”.
No
podía
dormirme.
Fui a la
biblioteca.
“Voy a
releer algo,
voy a
mimarme un
poco, con
algún libro
que me haya
fascinado”.
Tomé mi
Felisberto
Hernández de
hojas
amarillentas
por el
tiempo, fui
con el libro
a la cama y
al abrirlo
algo planeó
sobre las
sábanas de
ramilletes
celestes.
Una
estampita.
Un niño Dios
conversando
con un
conejo, un
pajarito y
una ardilla.
En el
reverso,
impreso en
prolijas
letras:
“Verónica R.
fue
bautizada el
20 de junio
de 1963 en
la parroquia
de …” y tu
nariz
fruncida al
recibir el
agua bendita
en la
cabeza… y
los primeros
pasos de
zapatitos
blancos… y
una nena de
largo pelo
brillante
con un
vestidito
con canesú
en punto
smock parada
sobre una
mesa
cantando
“Manuelita
vivía en
Pehuajó…”.
Oh,
toda mi
carne
vacilante
volvió a ser
tabla de
salvación,
balsa, cuna,
miedo y
fortaleza.
“Un
poco más”,
me dije. Y
fui a
sacarte el
flequillo
mojado de la
frente y a
besar una
redonda
mejilla de
manzana,
despacito,
para no
despertarte.
Pasarán
cosas
...
Ha
empezado
otro
año.
Como
un
cuaderno
nuevo
está
ante
mí, y
me
acuerdo
de
cuando
era
chica,
iba a
la
escuela
y me
apuraba
para
terminar
el
viejo
cuaderno
y así
comenzar
el
otro.
En las
últimas
páginas
hacía
letra
grande,
enormes
dibujos
apresurados.
Pegaba
dos
hojas
con
engrudo
de
fabricación
casera:
agua y
harina
en la
cocina.
Los
cuadernos
nuevos
se
empiezan
con
letra
pequeña,
pareja,
prolija,
cuidada...
Igual
que
los
años.
Igual
que
éste.
¿Borrón
y
cuenta
nueva?
No,
no,
sin
borrón.
Y
sumando
a la
cuenta
nueva
las
otras
cuentas
que
antes
nos
sirvieron.
Porque
no
todo
está
para
el
olvido.
Porque
no
todo
fue
para
dejarlo
atrás,
disimulado
entre
las
hierbas
secas
del
otoño.
Pasaron
cosas.
NOS
PASARON
COSAS.
Crecimos
un
poquito,
un
poquito
así,
pero
crecimos.
Llorar
hace
crecer,
es esa
lluviecita
de
uvas
de
cristal
sobre
el
techo
de
chapa
de
nuestro
corazón.
Pica,
repica,
musiquea,
despierta.
Nadie
es el
mismo
después
de
haber
llorado.
Reír
hace
crecer.
También
reímos.
Algunas
veces,
quizá
podemos
contarlas
con
los
dedos
de una
mano...
¡Y
cómo
une la
risa!:
dos
que se
rieron
juntos,
a
carcajadas
limpia,
no se
desatan
nunca
en el
recuerdo.
Yo
tengo
siete
chistes
favoritos,
y me
acuerdo
de
quiénes
fueron
las
siete
personas
que me
los
contaron.
En
cambio,
no me
acuerdo
de
todas
las
que me
hicieron
llorar
o
compartieron
mis
angustias.
No
creas
que se
trata
de
mala
memoria...
me
parece
que es
puro
instinto
de
conservación.
Fíjate
que la
gente
le
huye a
la
tragedia.
En
algún
tiempo
me
daba
mucha
rabia,
pero
ahora
lo
entiendo
y no
la
juzgo
mal.
Una
amiga
de la
infancia,
que
quiero
profundamente,
todavía
no
habló
conmigo
desde
que
murió
mi
compañero.
Y si
yo no
la
llamo
no es
porque
no
tenga
ganas
de
hacerlo
ni
porque
piense
que es
a ella
a
quien
le
corresponde
llamarme...
sino
simplemente
porque
me da
miedo
que se
sienta
mal...
A ella
le
digo:
si
leés
esto,
no
busques
entre
líneas...
te
quiero
mucho,
me
gustaría
que
estuvieras
cerca.
No
temas,
no
estoy
desahuciada,
no
contagio
las
penas,
las
tengo
dentro
de mí,
tan
escondidas
que
para
hallarlas
tendrías
que
escarbar
demasiado.
Y,
además,
a los
muertos
queridos
no los
recuerdo
muertos,
los
recuerdo
con su
olor a
perfume
y su
camisa
favorita,
con la
música
que
les
gustaba,
con
las
anécdotas
que
los
muestran
en su
mejor
momento.
No
hablaremos
de
heridas
ni
agonías
ni
hablaremos
de
nieblas
o
tormentas...
no,
¿sabes
qué
haremos?...
terminaremos
la
charla
aquella
que
empezamos
una
tarde
en un
café
de la
calle
Córdoba...
o la
seguiremos,
porque
las
charlas
entre
amigas
no se
terminan
nunca,
son
siempre
una
continuación
de la
anterior,
que
fue
una
continuación
de la
anterior...
y así,
siempre,
siempre,
hayan
pasado
días,
meses,
años.
Trabajar,
hace
crecer.
Y me
ha
dado
un
poco
de
trabajo
trabajar.
Porque
mi
trabajo
es
solitario,
callado,
sin
jefes
que me
obliguen
a
hacerlo,
sin un
horario
que
cumplir.
Se
trata
de
transformarme
en
médium
y
sentir
lo que
todos
sienten
a mi
alrededor...
e
interpretarlo
con
palabras
escritas
que
traduzcan
exactamente
eso
que
siento,
eso
que
sentís,
eso
que
sienten
otros.
Admirar
hace
crecer.
Es tan
larga
la
lista
de la
gente
que
admiro,
que te
cansaría
leerla.
Pero
en
esos
nombres
seguramente
nos
reconoceremos,
hermanadas,
vos y
yo.
Violeta
Parra,
Mozart,
Mick
Jagger,
Horacio
Molina,
Paganini,
Cortázar,
Woody
Allen,
Silvio
Rodriguez.
Beethoven,
Raúl
Porcheto,
Chopin,
Alejo
Carpentier,
Fellini,
la
hermana
Teresa,
Silvina
Ocampo,
Bergman,
Ricardo
Montaner,
siempre
mi
Felisberto
Hernández
que
releo,
los
hermanos
Marx,
Olga
Orozco,
Humphrey
Bogart
reviviendo
cada
vez
que
pasan
"Casablanca"
por
televisión
(ojalá
que no
dejen
de
pasarla
nunca).
Al
admirar
abrimos
una
ventanita
del
alma
que, a
veces,
está
cerrada
con
candado.
Al
abrirla,
nos
abrimos.
Dejamos
que
eche a
volar
un
pájaro
cautivo
y que
entre
el
aire
con
olor a
magnolias
y a
flores
de
tilo,
ese
olor
que es
olor a
verano
y a
plaza.
Cuando
era
chica
llevaba
botellitas
a la
plaza,
las
movía,
dando
vueltas,
y
luego
las
tapaba,
creyendo
que en
ellas
podían
guardarse
los
olores.
Tal
vez
sí.
Nunca
las
encontré,
después,
nunca
tuve
oportunidad
de
destaparlas...
Agradecer
es
crecer.
Amar
es
crecer.
Crear
es
crecer.
Ha
empezado
otro
año.
Cuadernito
nuevo.
Cuadernito
de
hojas
inmaculadas,
todavía
en
blanco.
Cuadernito
que en
la
tapa
dice
Poldy.
Solamente
yo
podré
escribir
en él
los
días
que
vendrán.
CUIDA
TU VOZ
Y TUS
PALABRAS
A
dónde
se va
lo que
se va?
He
llorado
fuerte...y
el
llanto
se
fue.
No
dejó
un
dibujo
en el
aire,
no
dejó
las
marcas
de su
itinerario...
Pero
nada
se
pierde,
todo
se
queda
en el
mundo
:
seguramente
las
sonrisas
hacen
una
parva,
poniéndose
una al
lado
de
otra ,
una
encima
de
otra...
y
después
se
transforman
en
mariposas:
¿
quién
puede
afirmar
que
esa
mariposa
de
alas
de
seda
que
anda
por
ahí
no es
la
sonrisa
de
alguien
que
conociste...o
que no
conociste,
alguien
de
este
tiempo
o de
un
tiempo
pasado?
¿Y esa
nube
de
tormenta
que va
ennegreciendo
el
cielo...y
esa
otra
que se
le ha
sumado...y
la que
viene
desde
el
otro
lado,
no
están
hechas
de
gritos
airados
, de
imprecaciones
, de
"malas
palabras"
que
salieron
del
televisor
?
¿Y la
música?
La
música
se
hace
bandadas
de
aves,
pájaros
de
distintos
cantos
asomados
al
balcón
celeste
del
aire.
Y las
caricias
son
césped,
gramilla,
pastito
tierno
por el
que
podemos
correr
descalzos
,
echarnos
panza
al sol
para
dormir
la
siesta...
Las
amenazas
se
transforman
en
rejas:
las de
las
cárceles
y las
que
nos
separan
de la
alegría.
Los
besos
son la
lana
de las
ovejas.
Y
luego
el
pulóver
que te
ponés
cuando
refresca
, la
bufanda
que te
tapa
la
nariz
,
la
manta
de tu
cama...
Las
mentiras
son el
fuego
que
incendia
los
bosques.
¡Oh,
cuida
lo que
pones
fuera
de ti,
no
creas
que lo
puedes
echar
a la
basura...porque
la
basura
no
desaparece
mágicamente...,
fijate
como
tratan
las
naciones
de
defenderse
de la
basura
nuclear
que
los
países
poderosos
desparraman
por la
tierra
!
Vamos
a
tomarnos
del
dedo
meñique,
como
cuando
estábamos
en
sexto
grado,
vos y
yo ,
como
dos
amigos
de
verdad...
y nos
vamos
a
prometer:
No
contaminar
el
mundo
con
palabras
que
duelan,
con
rencores,
con
venganzas,
con
indiferencia,
con
violencia,
con
malas
intenciones,
con
desidia,
con
abandono...
Y
seguro
que ni
vos ni
yo
queremos
que la
desdicha
sea la
neblina
de los
amaneceres,
que
los
llantos
sean
los
truenos
de las
tormentas,
que el
viento
de la
desesperanza
del el
altavoz
del
aullido
de los
lobos...
¿A
dónde
se va
lo que
se va?
Se va
a dar
una
vuelta
por
ahí, y
luego
torna
,
vuelve,
regresa,
pasa
nuevamente
a
nuestro
lado ,
no
desaparece
, no
se
borra,
no se
debilita...
Estará
siempre.
Y no
queremos
que
las
penas
arrastren
sus
cadenas
de
fantasmas...
No
queremos
que el
desamor
ataque
con el
diente
envenenado
de la
cobra...
No
queremos
que
las
violetas
sean
un
ramillete
de
espinas...
Por
eso,
cuida
tu voz
y tus
palabras...
cuida
tus
pensamientos...
Porque
todo
lo
lleva
el
viento,
y
"El
viento
sopla
donde
quiere,
tú
oyes
su
voz,
pero
no
sabes
a
dónde
va, de
dónde
viene..."
*
SONETO
DE
ADIÓS
Rodará
un
llanto
azul
por mi
mejilla
cuando
termines
por
decirme
adiós
y
cuando
seamos
nada
más
que
dos
aves
que
han
devorado
la
semilla
que en
lo más
hondo
nos
sembró
el
amor...
rodará
un
llanto
azul
por tu
mejilla,
un río
de
nostalgia
sin
orilla,
pétalos
sueltos
de una
triste
flor.
Debes
decirme
adiós
y yo
no
puedo
admitir
que te
pierdo
y que
me
muero
y que
nada
sin tí
tiene
sentido.
Por
eso,
con la
pena
que me
ahueca
voy
preparando
desde
ya la
rueca
para
poder
tejerte
en el
olvido.
Violetas
para nadie
Las miro,
profundamente
azules, con
un olor que
trepa y se
columpia en
mi recuerdo.
Violetas. No
se me ocurre
ninguna
palabra para
decirte; ni
gracias, ni
son muy
lindas.
Nada. Mis
manos
tiemblan y
los menudos
pétalos se
mueven como
si un aire
pasado los
moviera. Un
aire que
viene de
calles
caminadas
sin apuro,
envueltos tu
y yo en un
silencio en
nada
parecido a
éste de
ahora. Un
aire que
viene de
tardes con
signos
descifrables
por la
paciencia
lenta y
amiga de la
ternura. Un
aire que
viene de
veranos con
oleajes
tibios en el
cauce
celeste de
la sangre.
Mi voz y mis
palabras se
han quedado
en aquel
tiempo. Las
busco ahora,
buceando en
un océano de
letras como
peces
escurridizos.
Las busco
para
dártelas y
mi voz se
niega, mi
voluntad se
niega, todo
mi cuerpo es
una
negativa. Yo
no sabía,
creeme que
no lo sabía,
me he dado
cuenta
ahora. Pensé
que era amor
lo que hacía
resignarme a
la monotonía
de nuestros
días. Que el
amor había
hecho que
aprendiera a
callar las
súplicas.
Que el amor
me había
convertido
en esta
casi-piedra
que ni
siquiera
pretendía
llamarte
demasiado la
atención. Te
reías cuando
te
reprochaba
la escasez
de caricias,
de palabras
que
enunciaran
lo que
sentías por
mí. Todo
estaba
sobreentendido,
no había
nada nuevo
que decir; y
repetir lo
que se había
dicho antes,
era una cosa
tonta,
innecesaria.
Te reías
cuando los
ojos se me
llenaban de
lágrimas al
ver cómo
negabas, con
un leve y
rítmico
movimiento
de cabeza,
el reclamo
del chico o
de la
florista
para que le
compraras un
ramillete.
Porque ése
no, no era
para ellos,
sino para
mí. Iban
quedando
huecos
dentro de mi
ser: un
hueco para
llenar con
flores, un
hueco para
llenar con
palabras, un
hueco para
llenar con
ternura. ¿No
notaste que
en vez de
una mujer
tenías a tu
lado un
abismo
profundo?
¿No notaste
que en vez
de una mujer
tenías a tu
lado el
latido veloz
de los
vientos?
¿No te diste
cuenta de
que a tu
lado quedaba
solamente la
sombra de
aquella que
reía
apretando tu
mano y
haciendo
repicar las
cristalinas
agujas de la
lluvia?.
¿Pudo
engañarte mi
contorno
material, la
armazón que
paseaba mis
vestidos por
la casa
ordenada, el
mecanismo
perfecto de
mis manos
peinando mis
cabellos y
retocando el
polvo sobre
mi nariz?.
La que
te amaba, la
que secaba
su llanto
con tu
mirada, la
que se
iluminaba
cuando
sembrabas
besos como
estrellas
lustrosas
sobre su
piel...,
aquella que
te dejó
libar su
néctar e
injertar en
su tallo la
savia de tus
ramas, ...
se ha
escapado de
mí, ya no
soy ella....
No te he
engañado:
ahora acabo
de darme
cuenta.
Ahora mismo
apretando en
mis manos
este ramo de
violetas.
Ahora,
mirándolas,
profundamente
azules, con
un color que
trepa y se
columpia en
mis
recuerdos.
No se me
ocurre
ninguna
palabra para
decirte, ni
gracias, ni
son muy
lindas.
Nada. Porque
la ceniza
cae sobre
menudos
pétalos. Y
has comprado
violetas,
sí, pero muy
tarde.
Violetas
para nadie.